DOMINÓ
Mi padre me enseñó a jugar al dominó. Además de tener una bonhomía a prueba de bombas, era un ser muy inteligente y con una memoria asombrosa. Cuando se terminaba una ronda, nos iba diciendo qué ficha habíamos jugado cada uno. Recuerdo con agrado las tardes que pasábamos en una casita que mis padres tenían en Alborache. Bajo un hermoso jazminero había una mesita de mármol con un pie de hierro fundido. En ella volaba el tiempo, anotando en un…