77 días
En plena guerra con los galos tuve que volver a Roma, mi amigo y casi hermano, Cayo Craso, iba a ser juzgado en el Senado por traición. Me había salvado la vida en varias ocasiones y lo menos que podía hacer era ir a defenderlo.
Dada la urgencia del asunto decidí volver utilizando un barco, conseguimos dos trirremes de carga, no eran embarcaciones rápidas, pero sí seguras, Además poseían un espacio de carga considerable, que necesitaba para transportar mercancías, eran los objetos adecuados para obsequiar a los Senadores más cercanos a mí, iba a necesitar su colaboración para defender a Cayo. Estaban servidos por cuarenta remeros, en su mayoría prisioneros de guerra.
Zarpamos el día 7 del mes de martius, al principio nuestra navegación fue tranquila, yo diría que hasta aburrida. Pero la situación cambió bruscamente. Nunca he sido buen marino, así que dormía muy mal, me pasaba el día paseando por cubierta para paliar los efectos del mareo y hasta del vértigo.
Un día, un poco más tarde del alba, divisé tres velas en lontananza y di la alarma. La cubierta del barco se llenó de marineros, finalmente apareció el capitán, hombre chaparro, malencarado, pero prudente, que me dijo: “Julio me espero lo peor” no soltó una sola palabra más, aunque lo estuve asaetando a preguntas.
A media mañana las naves se habían acercado mucho, tanto que podíamos ver a su tripulación, hombres fieros que lanzaban gritos y aullidos. Sus caras pintadas de blanco y negro pretendían infundir terror. Eran piratas Cilicios que sembraban el pánico en todo el Mediterráneo.
Siguiendo mis indicaciones no ofrecimos ninguna resistencia, salvo los soldados de mi guardia personal, no había en ninguna de las dos naves nadie con formación militar.
A los gritos y vítores por habernos derrotado, siguió una inspección general de los dos buques, pero su contenido no pareció satisfacerlo, cuando lo terminaron estuvieron confabulando un rato, el que parecía su jefe se me acercó y me dijo:
— ¿Eres romano?
— Lo soy—contesté.
— Por tus ropajes pareces un hombre rico, dime tu nombre.
— Soy Julio César.
–Busca tres hombres de tu confianza y mándalos a Roma deben volver con 500 sestercios.
— ¡No sabes quién soy! Valgo más de esa cantidad, por lo menos pide un rescate de 5.000.
Así se hizo y nos pusimos a esperar, la tardanza fue en aumento, yo reaccioné mal y amenacé con crucificarlos a todos. Tras 77 días de cautiverio aparecieron los míos, pagaron y dejaron que nos machásemos.
Al llegar a Roma encontré a un Cayo Craso, dolido y desorientado, lo habían condenado y expulsado del Senado. Le prometí que en cuanto pudiera comenzaríamos a hacer cosas que ni el mismo habría podido imaginar.
Reuní el dinero suficiente para flotar cuatro trirremes de guerra, en los que había reunido los mejor de la flota romana y parte de la quinta legión. Encontrar a los piratas fue sencillo, iban dejando su rastro por doquier. Esta vez la batalla existió, pero fue muy desigual, mis legionarios les hicieron claudicar en menos de media hora.
Volvimos todos a Roma, los crucifique en la entrada de la ciudad. Bajo un cartel que decía: “Iulius neque ignoscit neque obliviscitur.”
Y colorín colorado este cuento, –Juliano–, ha terminado.
Jose Taxi & Josma