Antonio Escohotado

Antonio Escohotado

Conocí a D. Antonio en mayo de 1.993, cuando vino a cuidar un examen de la U.N.E.D.

Yo me examinaba de Derecho Romano, él nos hizo entrar en el aula, repartió los exámenes y nos dejó trabajar.

D. Antonio se escudó detrás de cuatro quintos de cerveza, se fumó medio paquete de cigarrillos– no recuerdo su marca– y se centró en la corrección de uno de sus textos.

Para mí el examen fue provechoso a la par que molesto. Las tres preguntas teóricas las había estudiado a fondo, el caso práctico fue complejo, pero me resultó interesante. Sin embargo, tuve que soportar a la chiquita que tenía tras mi cogote, con su insistente acoso para que le soplase las preguntas, cosa que yo no quería hacer. Al final y, más que nada, por acabar con aquel tormento, le dejé ver mis folios, si consiguió entender algo de lo que escribí, mi caligrafía me resulta a mí mismo indescifrable, habría que haberle dado, como mínimo, un notable.

Al terminar la prueba, mientras le entregaba mi escrito me miró y me dijo:

–Hombre, Sr. Sanchis, ¿Qué me cuenta de Martín o Martínez, como lo llama usted?

–Lo estaba esperando, pero no ha aparecido por aquí.

— Pues, cuando lo vea, dele recuerdos míos, vamos a mantener una relación muy especial.

— Si señor Escohotado, se los daré y usted cuando vea a su tío, ya sabe…

Josma.

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