CALAR ALTO

CALAR ALTO

El Dr. Juan Gregorio Martínez, era físico teórico. Abandonó la “Teoría de cuerdas”, a la que se dedicó muchos años, pues había llegado a un punto en el que no fue capaz de avanzar más.

Así que, tras una discusión familiar, democrática eso sí, se trasladaron todos a Almería lugar que acoge el observatorio de Calar Alto.

Los principios fueron difíciles para todos: Teresa, su esposa, dejó sus clases de Derecho Penal, sus dos hijos cambiaron de colegio, y él cambió la jefatura de su departamento de física teórica, por una beca.

En el observatorio se encontró con un muchachuelo, cuyo máximo logro había sido estudiar en el MIT, ni siquiera era doctor, que le advirtió que le exigiría un sometimiento total a sus decisiones y no admitiría ni una sola crítica.

Teresa no encontraba trabajo, finalmente tuvo que ponerse a dar clases en una academia que preparaba opositores para Oficiales de Justicia, pero no estaba contenta.

 El observatorio contaba con las últimas novedades de material, formaba parte de la red OPTICON-Radionet PILOT (ORP), la mayor de toda Europa. Sin embargo, al Dr. Martínez, en su calidad de novato, le correspondían todos los   turnos de noche, cinco días por semana. Llegaba a su casa sobre las seis de la mañana y dormía hasta las dos de la tarde.

Una tarde al levantarse se encontró con Teresa en casa:

— ¿Qué haces aquí?

— Me he tomado un rato libre, además “Houston tenemos un problema

Esta mañana tus hijos se han pegado con media clase. Sabes tan bien como yo que no son nada violentos. Los han rodeado y les han gritado: que no tenían papá y que además odiaba la patafísica.

En el observatorio hubo cambios, él hasta entonces jefe, volvió al MIT, esta vez a cursar una maestría. Así que Juan Gregorio dejó de ser becario, le hicieron un contrato temporal, y consiguió algo más de dinerito, así como salir del turno de noche.

Poco dura la alegría en casa de los pobres, se atribuyó, equívocamente, al Dr. Martínez un error en unos cálculos que complicaron todo el proyecto que lideraban en Calar Alto, la consecuencia fue el despido del buen Juan Gregorio.

Al enterarse Teresa, no hubo ningún reproche, ningún insulto, no soltó un solo taco.

Urgía encontrar alguna solución, Teresa se dio de alta en el colegio de abogados. Juan Gregorio se fue a trabajar a los invernaderos, dónde se convirtió en soplón de la policía, trabajar, trabajaba poco. ¿Y los niños? Pues siguieron como siempre: dando por saco todo lo que pudieron y un poquito más.

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