CONFIDENCIAS
Siempre fui un ser solitario. De niño mi gordura y el consiguiente escarnio al que me sometían diariamente en el colegio, propiciaron mi refugio en la lectura. En ella me convertía en protagonista de las aventuras que encontraba en los textos con los que me rodeaba. Y si no llegaba a ser feliz, al menos me encontraba en un estado placentero de relajación,
En los estudios me iba algo mejor que bien, sin ser un empollón era un alumno aventajado.
Salí de la universidad con veinte años y me puse a preparar oposiciones, tras tres años de encierro obtuve un puesto de trabajo en la Comunidad Autónoma. Allí ejercí como técnico jurídico, no me relacionaba con mis compañeros más que lo estrictamente necesario para que el trabajo marchase en buena dirección
Entonces seguía sólo, sin encontrar a nadie que me comprendiese, me sentía fatal y sentía que mi vida no tenía sentido.
A los treinta años tuve la primera depresión, esta enfermedad se cebó conmigo durante muchos años. A los cuarenta y ocho tuve un período especialmente brillante y divertido. Yo que siempre había sido tímido y retraído me convertí en un ser divertido, que atraía la gente a su alrededor, mi rutina diaria se convirtió en una experiencia gratificante, plena de diversión y placer. Pero noté que estaba gastando por encima de mis posibilidades, todo lo que veía me gustaba y lo compraba. A su vez, me volví un ser agresivo, intolerante, capaz de generar terror en muchos de mis camaradas.
Una mañana, mientras echaba una bronca a una compañera de trabajo, noté un dolor de cabeza agudísimo, insoportable y corrí a urgencias, allí me recetaron un analgésico que nunca tomé.
Mis altercados en el trabajo fueron en aumento, mi rendimiento laboral decreció peligrosamente. Tal y como me temía, me llamó la jefa de servicio para interesarse por mi estado. La conversación, que inicialmente se desarrolló apaciblemente, terminó con unos bramidos míos y la orden de ella de pedir una baja laboral hasta que mis nervios se templasen.
En el centro de salud que me correspondía me encontré con una antigua compañera de colegio. Una vez superé mi vergüenza por tener que contarle lo que me pasaba, ella me dijo que mis síntomas eran de sufrir un trastorno bipolar, enfermedad crónica que no tiene curación, pero tomando medicación y llevando una adecuada higiene física y mental, era posible tener una buena calidad de vida.
A mí lo de tomar fármacos no me ha gustado nunca, pero me encontraba entre la espada y la pared, así que acepté.
Mi médica me acompañó al hospital, al servicio de Psiquiatría, donde había una unidad especializada en el trastorno que padezco. Mi situación ha mejorado, tras seis meses he podido volver al trabajo, cuando tengo tentaciones de ser, de nuevo, un cabroncete, me bajo a la calle a dar un paseíto y fumarme unos cigarritos, y se me pasa.
Ahora me propongo escribir un diario, para contar mi día a día, allí reflejaré mis experiencias, ya he asumido que tendré bajones y subidones, pero también sé que la vida es así: tendré días buenos y días malos, he tenido que aceptarlo. Además, he iniciado una relación con mi médica, ha sido mi socorro en los tiempos difíciles, la admiro. Hace un par de días me confesó que ella también sufre trastorno bipolar. Sé que la convivencia entre personas con esta enfermedad es complicada, pero vale la pena arriesgarse.
Josma Taxi