D .Gonzalo

D .Gonzalo

Había enviado el pliego hacía un mes, no había recibido ninguna contestación, lo que me parecía extraño. La distancia que nos separaba del priorato dominico podía recorrerse en una semana. Supuse que a nuestro Prior no le había agradado, así que me encontraba bastante inquieto. Me puse a repasar el contenido de mi escrito:

“Reverendo Prior:

Atiendo vuestro encargo con retraso,  pero el fallecimiento de D. Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar rompió mi corazón y perturbo mis entendederas. Cuando estabais reorganizando la orden, me dijisteis que para mi teníais dos opciones: integrarme en la inquisición –dada mi formación en leyes– o incorporarme a las mesnadas de D. Gonzalo, ninguna de las alternativas me agradó. Así que pospuse la decisión, no sin antes someter la cuestión a la intercesión de Santo Domingo, nuestro fundador. Tras una larga semana lo tuve claro, yo era un modesto fraile dominico, incapaz de juzgar a nadie, así que el puesto de capellán militar ganó la elección Me incorporé al ejército en 1.503, asistiendo a las batallas de Ruvo, Ceriñola y Garellano, en calidad de observador.

Allí encontré a su Excelencia D. Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido popularmente como el Gran Capitán, que a la sazón contaba con cincuenta años. Tenía fama de militar y estratega. Era persona de mediana altura, enjuto y un carácter adusto.

Intentaba tomar decisiones justas con su tropa. Corría en los campamentos la historia de cuando a dos soldados que habían cometido un hurto, los condenó a realizar las peores tareas en el pabellón para enfermos terminales, cuando lo habitual era castigar con cincuenta latigazos, a los delincuentes.

Sus innovaciones en estrategia fueron notables. Entre todas ellas destacaba la defensa circular.  Consistía en situar a las tropas en formación radial, de manera que atacará por donde eligiera el enemigo, la defensa estaba asegurada. Si el número de sus efectivos era el adecuado, podía simultanearla con el ataque con pequeñas incursiones, que menguaban al adversario.

Victorioso de las guerras italianas, fue nombrado virrey, por cuatro años, de Nápoles, cuyo mandato ejercicio con inteligencia, yo lo acompañé como asesor.

Al cese de su cargo como virrey de Nápoles la reina Juana I de Castilla le concedió la alcaldía de Loja el 15 de julio de 1508, adonde se retiró los últimos años de su vida.

En Loja, enfermó y regresó a Granada a principios de agosto de 1515, donde murió el 2 de diciembre.

Aunque puede que no sea más que una leyenda, se cuenta que el rey Fernando pidió a don Gonzalo cuentas de en qué había gastado el dinero de su reino. Lo que visto por este como un insulto. De la respuesta hay varias versiones, la verídica, que conozco pues intervine en su redacción, dice:

“Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey, a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.”

Esto, padre Prior es cuanto puedo contaros.

Rezaré por vos, para que tengáis la ayuda de Jesucristo, nuestro único redentor y viváis en gracia de Dios.”

Tras la lectura entendí que no había nada ofensivo en su contenido y me dispuse a seguir esperando respuesta.

Esta misma mañana ha regresado el mensajero al que envié con mi mi escrito, me contó que lo había dejado entregado hacía tres semanas, tiempo suficiente para que el monarca contestara.

¿Serian ciertos los rumores que señalaban que el prior estaba muy atareado en conseguir votos ante el Santo Padre par obtener el cargo de Cardenal?

No sé si seguiré esperando…

 

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