EL BARDO II.
Hacía tres meses desde que Daeron alcanzó la dignidad de Bardo, la pequeña cantimplora de poción que le trajo su hermano se iba agotando. De modo que había que buscar la aldea Gala de la que procedía.
La aventura era peligrosa, iría solo, su hermano había marchado hacia el norte a buscar nueva audiencia, él desconocía hasta el camino para llegar hasta los galos.
Se acercó hasta la casa de su primo, Faetón, para pedirle prestado un caballo, hacer el viaje a pie le iba a resultar casi imposible. Su primito no sólo le prestó el caballo, se ofreció a acompañarlo, insistió tanto y tanto que al final Daeron tuvo que aceptar su doble préstamo.
Faetón escogió sus dos mejores caballos, aporto algo de comida y mucha agua, apareció con dos espadas, dos mazas y dos arcos con sus correspondientes flechas. Son para cazar y defendernos, si llega el caso.
A las cinco de la tarde iniciaron su aventura. Les esperaban muchas jornadas de cabalgar, andar y pasar miserias. En todo caso, conseguir más poción lo justificaba de sobra.
Veinte días tras su partida, la comida escaseaba, su habilidad para utilizar el arco y cobrar alguna pieza, no progresaba adecuadamente. Por otra parte “el primo” padecía de hemorroides, así que las sacudidas del galope, no eran lo más adecuado para su persona.
Daeron, viendo que la poción iba disminuyendo a una velocidad importante, empezó a diluirla en agua. A Faetón le aliviaba su padecimiento y él notaba un aumento de vigor y fuerza increíbles, por lo enclenque que era.
El destino lo tenían claro, pero el camino no. Daeron recordaba que tenía que ir hacia el sur hasta encontrar unas montañas, desconocidas para todos los habitantes de Comarca, y luego bordearlas en dirección oeste, era imposible escalarlas, seguir nueve jornadas y allí encontrarían la aldea.
Pero no todo iban a ser desgracias. Una mañana encontraron un bosque frondoso y fresco. En el que encontraron un agua con la que rellenar sus cantimploras.
La sorpresa se produjo cuando los olmos empezaron a cantar. Lo hacían bien, hasta el punto que Daeron se unió a ellos en sus canticos sagrados. Sólo lo sucedido justificaba todas las penalidades del viaje. Esa noche encendieron una fogata y durmieron allí, sin cenar nada.
Por la mañana siguieron su camino, por el bosque, estaba más fresco y descubrieron unas fragancias que no notaron la noche anterior. Al atardecer encontraron una casita que parecía de caramelo, estaba muy limpia y reluciente.
Resultó ser el domicilio de Shrek.
Su nuevo amiguito les dio de cenar opíparamente, lo de dormir fue otra cosa, el chiquitín roncaba como un poseso. Cuando al día siguiente se despidieron les había preparado unos bocadillos realmente monstruosos.
Abandonaron el paseo por el bosque y llegaron a algo parecido a un secarral, lleno de rastrojos, con la tierra cuarteada, esos terrenos no habían visto el agua en años. Ahora sí que estaban realmente perdidos, las montañas seguían sin aparecer.
Dos días, con sus noches, tardaron en cruza aquel maldito desierto. Llegaron a una zona en la que crecían plantas y flores silvestres. Oyeron algunas carcajadas. Se trataban de tres druidas, que, como ellos mismos contaron, estaban recogiendo ingredientes para elaborar unas pócimas. Con ellas asistirían al Congreso quinquenal de pócimas.
Era curiosa de ver la vestimenta que llevaban, un sayal blanco, una espacie de bufanda colgada al cuello y que llegaba a un palmo del suelo. Por supuesto todos portaban una pequeña hoz y un saco de lino.
Al preguntarles por la aldea gala a la que iban, en principio no supieron responder, sin embargo, al rato, el más mayor se dio cuenta y les dijo: “Sí es donde vive Panoramix”, el más anciano y el más sabio de todos nosotros. Preside nuestras reuniones.
— ¿Y la aldea dónde está? Preguntó Daeron
— Habéis dado un tremendo rodeo, ahora sola faltan unas cuantas jornadas, en dirección y llegaréis allí, contestó el mayor de los druidas.
Y colorín, colorado este cuentecico—para bardos y galos (II)—se ha terminado.
José Taxi en colaboración con Josma.