EL CÓDICE

EL CÓDICE

García tengo un nuevo caso para su brigada.

– Dígame jefe.

– Han robado un códice del siglo XIII, que estuvo depositado en la sacristía de la Iglesia de Nuestra Sra. del Socorro. El director general y yo tenemos mucho interés en que lo recupere.

– Jefe nuestra brigada se dedica a homicidios.

– No se precipite inspector, ha aparecido muerta una anciana, junto a la vitrina en la que guardaban el códice, parece que le han reventado la cabeza.

– En ese caso nos ponemos a la tarea…

El inspector llega a la brigada, al pasar por la sala común pregunta por Martínez, le contestan que no está.

En ese caso Mari Carmen, acércate a la sacristía de la Iglesia de Nuestra Sra. del Socorro, me dicen que ha habido un asesinato, toma fotografías de todo y te traes el material.

El inspector no está contento con el encarguito, en cuanto hay políticos por medio, enturbian todos los casos. Se acerca al bar Pardo, pide su refresco de limón, sin burbujas y añade que no quiere orégano, le está dando acidez. Coge un pitillo, y comienza a fumar y a pensar, pensar, pensar…

De vuelta en la oficina se topa con Mari Carmen Albero, la encuentra sudorosa, jadeante, con la cara colorada. La subinspectora le explica que han tenido que correr varias veces, indica que Ramírez, el becario que la ha acompañado ha sido en extremo útil.

Mari Carmen acaba de pasar las fotografías que tomó al ordenador y ya las pueden ver en la pantalla que hay en la sala. Miren, se dirige a todos los presentes, aquí esta Dolores Pérez, la fallecida. En la parte superior y posterior del cráneo presenta varios golpes, con pérdida de masa encefálica, apostaría a que se los han producido con una llave inglesa,

Excelente trabajo subinspectora, ahora ya conoces el protocolo, te llevas a todos menos a dos, y comenzáis a entrevistar a todo bicho viviente. ¡Ah! Han llegado a mis oídos comentarios sobre que me paso el día en el bar Pardo, cañas y carajillos de ron, no es cierto, ya le ajustaré las cuentas a ese pedazo de mamón de Martínez, seguro que ha sido él.

García se encierra en su despacho, se sienta y saca del cajón secreto que hay en su mesa, una fotografía, tomada días antes del fallecimiento por un maldito cáncer, de su mujer. Llora, primero en silencio, luego dando algún gemidito, su vida sin ella  ya no tiene sentido…

Cuando se repone, sale a la sala común, dónde se ha quedado el agente Gaos y el– parece que ya imprescindible–. Ramírez. Disimula, habla con los dos aparentando interés por lo que le cuentan.

A continuación, se val al bar y pide un café con leche y una ensaimada, que sabe que no se comerá entera. Se fuma cinco cigarrillos y vuelve a la Comisaría.

Allí están ya todos, menos Mari Carmen, a García le parece extraño, es eficaz y eficiente, confía en que no le haya pasado nada.

Habla con los que ya han llegado, no dicen nada de interés, se han perdido en tonterías.

Unos veinte minutos más tarde aparecen Mari Carmen y Carlos Saavedra, los dos subinspectores de la brigada. Vienen sonrientes, así que deben traer novedades interesantes.

Han detenido a Gregorio Samsa, el sacristán de la parroquia. Todavía no ha confesado su crimen, pero esperan que lo haga en breve. Se trata de un individuo taciturno, extraño, que a veces cree que es un insecto.

Traen el arma del crimen, una llave inglesa del 13,14; en la que todavía quedan restos de la fallecida. Un análisis de ADN, si el presupuesto alcanza para financiarlo, debiera confirmar esa presunción.

¿Y el motivo del asesinato? —pregunta García–, si, contesta Saavedra, el sacristán temía que dado que Dolores era una beata plasta, que usurpaba sus funciones, había llegado a dirigir el rosario, privilegio que correspondía a Gregorio, fuese tan atrevida y pertinaz, que lograse que los despidiesen.

— ¡Buen trabajo subinspectores! Pago unas cañas, por supuesto de cerveza sin alcohol.

 Y colorín colorado, este cuento—codificador –, se ha terminado.

Jose Taxi & Josma.                      

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