El inspector García.

El inspector García.

El inspector García está en el bar Prieto, tomando su quinto refresco de limón sin gas, en ocasiones pide que se lo sirvan con un poco de orégano, le sirve para concentrarse.

Se sienta tanto en invierno como en el verano en la terracita del local, de manera que puede fumar y ahuyentar a los moscones.

Tan absorto está en sus pensamientos, que no ve acercarse a la Jueza Instructora del caso. Buenos días Margarita, la saluda precipitadamente, ella va a desayunar allí todas las mañanas.

— ¿Cómo va el caso inspector? ¿Tenemos un homicidio o no?

— Yo diría que es un asesinato, pero es todo tan confuso, me falta tanto personal, las jubilaciones anticipadas han mermado los efectivos disponibles.

— ¡Olvídate de eso García! Hablaré con el jefe y que libere a tu brigada de todo, menos de esta muerta. Seguro que me hace caso, ya sabe que la fiambre, era una amiguita del concejal de Urbanismo.

— Gracias Señoría.

García vuelve a la Comisaría Central, allí tiene su sede la Brigada de asesinatos. Cubren toda la comunidad valenciana, más Cuenca y Albacete. Sólo tiene dos subcomisarios y 12 agentes.

Les da la noticia a todos, poder centrarse en un sólo caso, posiblemente, nunca hay nada seguro, les da a todos un cierto respiro.

— ¿Qué sabemos de la autopsia Martínez?

— Todavía nada Inspector.

— ¡Pues a por ella!

— ¿He de ir yo?

— ¿Sabes conducir, sabes dónde está la morgue? Venga andando.

García tiene fama de mandón, sin embargo, es un cacho de pan. Viudo desde hace tres años, se ha apuntado a una asociación para el cuidado de autistas, va todos los miércoles un rato a hablar y jugar con los más pequeños, lo pasa muy bien.

Aparece Carlos Troya, el informático y pregunta qué ordenador tienen para arreglar, nadie responde. Consulta su agenda electrónica y les dice es el de Wagner Sosa. Les parece a todos que debe haber un error, Wagner se jubiló hace cuatro meses. Podría ser, comenta Carlos, llevamos un poco de retraso.

El inspector pide que lo enciendan, aparece un corro de hace unos cuantos meses, el texto—“la maté porque ya no era mía”—los deja alucinados.

¿Puedes rastrearlo? Sí, contesta Carlos, pero va a resultar complicado, la dirección es barato.barato@elegancia.com, eso es falso, pero falso, falso. Lo intentaré desde mi casa, pero dudo que consiga algo positivo.

— Parece que la mataron por una infidelidad, apunta Crisóstomo Martínez.

— ¡Ay, pequeñín! Se nota que has estudiado criminología, podías pasar por el programa de la tele de Iker, saludas al Dr. Cabrera, y esperemos que se te peque algo de su sabiduría y buen hacer.

En eso llega Martínez con los resultados de la autopsia, lleva cara de pocos amigos.

— ¡Esto es un galimatías jefe! Según el forense la chica pudo haber muerto por ingesta de cianuro o por un golpe en la base del cráneo; el Dr. Murcia apuesta por las dos causas a la vez, pero me ha confesado que realmente no lo sabe, considera que es imposible averiguarlo.

García se dirige hacia el encerado, apunta lo que saben hasta este momento: la chica murió por envenenamiento o por un golpe, en realidad le da igual, y que alguien la mató porque había sido envenenada.

— Señores ha llegado el momento de comenzar con las entrevistas: familia, novios, trabajo. Todo lo que puede darnos luz sobre este asunto.

— Eladio encárgate de repartir las tareas. Dos se quedan conmigo, para llevar a cabo la coordinación del asunto. ¡Martínez tu te vas, no pienses ni por un momento que eres capaz de coordinar algo, así que, a la puta calle, chaval!

Una vez que se van, el inspector les dice a los policías que se queden que sale un momento. Se va al bar para comprar tabaco, fumar y tomarse algo. Si viviera su mujer se cuidaría más, pero a sus 63 años, casi cuarenta años de servicios prestados, está muy cansado, especialmente de sí mismo, y ya no tiene ganas de más monsergas.

Mientras fuma aparece Renato, pesado como él solo, pero una bellísima persona. Algo le comenta que hace que el inspector sonría…

De nuevo en la Comisaría, encuentra a los agentes que han hecho sus entrevistas. Sus explicaciones son diversas, desde el sabelotodo, que no ha contestado nada, alegando que no le han leído sus derechos, hasta la cotilla que supone que la muerta—Susana Castaño—trabajaba de escort.

— Mari Carmen y Martínez, traedme a la cotilla .

Tras un hábil interrogatorio sin violencia física, pero sí psicológica, la mujer se confiesa como autora del golpe mortal.

García, contento, se va al despacho de la Jueza y le expone el triunfo de la brigada.

La instructora no lo tiene tan claro, el informe forense da pie a que cualquier abogado exponga ante el tribunal, la falta de certeza de la culpabilidad de la acusada.

Y colorín colorado, este cuentecico—policial–, se ha terminado.

Dedicado a Olimpia y Cornelia, me han dicho que se han encerrado para escribir cuentos, ¿Será cierto?…

Jose Taxi & Josma.

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