
El libro de la vida
Sin saber cómo aparecí en un lugar nuevo y extraño para mí. Del suelo salía una especie de neblina que cubría casi todo el espacio. Noté un sabor metálico en la boca, observé que mi corazón aceleraba su ritmo, me estrujaba las manos…
Fui caminando, explorando aquel lugar, distinguí, a lo lejos una especie de kiosco y me dirigí hacia él.
Al llegar pude leer, en una especie de ventanilla, que había sobre un mostrador, un cartel en el que ponía “Admisiones”, me paré ante él y esperé, esperé, esperé…
Pasó un tiempo que no pude medir y apareció un hombre que vestía una camisa blanca, unos manguitos negros que cubrían sus antebrazos, y una especie de visera de charol.
— ¿Qué quiere usted? – me preguntó.
— Pues no lo sé, he llegado hasta aquí de forma rara, ¿esto qué es?
— ¿No sabe leer? ¿No ha visto el cartel? Esto es la sección de admisiones.
— Sí eso lo he leído, ¿pero de admisiones adonde?
— Otro desorientado, ¿no sabe usted que este es el portal al mundo de los escritores?
— No lo sabía, me entero ahora.
— Empiezo a sospechar que no sabe nada, – afirmó el oficinista-.
— En todo caso señor, yo soy escritor.
— Dígame su nombre.
— Soy José Alfredo Calatrava.
— No, no lo tengo en la lista.
— Le insisto en que soy escritor.
— Bueno, en fin, páseme su libro de la vida.
— ¿Eso qué es?
— No, si hoy perderé la paciencia con usted. El libro de la vida se entrega en su nacimiento a todas las personas, para que lo vayan escribiendo. Siendo, como afirma usted, un escritor, le habrá costado poco esfuerzo completarlo. Aquí le entrego uno nuevecito y una pluma, tome asiento y vaya borroneando. Hasta que lo termine no vuelva a molestarme. No siga ningún orden, simplemente deje constancia de sus ideas, de sus recuerdos, de sus experiencias, de sus emociones, durante el tiempo que sucedió antes de llegar aquí.
Me había entregado un libro voluminoso, con más de cien páginas. ¿Cómo lo iba a llenar no recordando nada? Me entretuve mirando el mostrador. Fueron llegando desconocidos, pero empecé a reconocer a algunos escritores: llegó aquel poeta tan pesado, el literato famoso- que entró rápidamente-, aquel muchacho que plagió alguna de mis novelas, una tal Amalia -conocida por su soberbia y por escribir cartas hirientes-, y otro tipo, un petulante, que no pasaba de junta letras, pero que se daba unos aires de escritor premiado con el Nadal, me resultaba insoportable.
Me di cuenta de que había empezado a recordar, el sabor metálico que me había estado molestando, desapareció, tuve un primer recuerdo.
Siendo muy niño mi madrina me regalo un cuento, yo no sabía leer así que le pedí a mi madre que leyese aquellas hormigas que cubrían el papel. Se lo solicité muchas veces, al final mi madre se cansó, me dijo: “Menos mal que este otoño empiezas el colegio y aprenderás a leer”.
Dejó de leerme aquel cuento extraordinario. Trataba de un niño, algo mayor que yo, al que le regalaban un pincel mágico, con él, pintando, podía abrir puertas a mundos desconocidos, llenos de sorpresas; era fantástico.
Sentí unas ganas enormes de aprender a leer, lo que conseguí en un tiempo corto. Así que empecé a disfrutar, tebeos, cuentos, novelas, enriquecieron mi vida. A los quince años ya sabía que quería ser escritor.
Poco a poco fui llenando el cuaderno, me habían quedado tantas cosas por anotar. Me dirigí al mostrador y pregunté al recepcionista si me podía dar otra libreta. El hombrecito se sorprendió, me preguntó si era cierto que había llenado todo el diario. Le contesté que sí, al mismo tiempo que le enseñaba mi trabajo, farfulló una frase que no entendí bien, pero era algo así como: “Que extraño, nunca hubiera apostado por usted, pensé que se rendiría”.
Luego me dijo que no se daba mas que un ejemplar por persona. Yo le pregunté, ¿ya puedo entrar? Negó con la cabeza y me explicó que mi texto tenía que pasar por el jurado de admisiones, que me volviera a sentar en el mismo sitio en el que había estado antes.
Y aquí estoy, impaciente por saber si podré entrar. Ahora el sabor metálico en mi boca ha sido reemplazado por uno salado y amargo. Esperaré todo lo que haga falta, sé que la primera cualidad para ser escritor es no rendirse nunca, yo no me rindo.
Josma Taxi
26/12/2022