EL NEGRO JULIO CÉSAR

EL NEGRO JULIO CÉSAR

Conocí al Negro, allá por 1980, cuando yo trabajaba en el Caribe como guía turístico, entonces él ya tenía su pequeño negocio, en diferentes conversaciones fui conociendo su historia, que intentaré contar.

El Negro Julio César, cumplidos los cincuenta años de edad, regentaba una cabaña parecida a un pequeño bohío, de estilo costarricense, situado en la playa de Punta Cana, en la parte oriental de la Dominicana, provincia de la Alta Gracia.

Pese a que su país es de los más pobres del mundo, El Negro, gracias a su hercúlea musculatura, comenzó a ganar unos cuantos pesos desde los diez años, vendiendo piñas coladas, que repartía en las playas entre los extranjeros que tomaban el sol y admiraban el mar azul desde sus resorts y El Negro comenzó a construir su cabañita.

La tarea no le resultó excesivamente compleja, contó con mano de obra gratuita, especialmente la de familiares. El material lo obtuvo prácticamente en su totalidad, de los cocoteros de su playita, había elegido como punto de ubicación, la misma playa de Punta Cana, pues pensaba que, pese a ser la más visitada por los gringos, sus hijos y él mismo, si fuese necesario, seguirían con el reparto costero de las piñas coladas, y poco a poco irían atrayendo la antigua clientela e incluso a algunos de los residentes locales.

El 27 de febrero de  1986, cuando Manuel cumplía 49 años, salió al exterior y observó su bonito chiringuito y vio : un casetón–  construido con tablones claveteados entre sí y a unos cuantos postes, que pese a presentar bastantes rendijas le parecieron más que aceptables—una techumbre de paja, que en su frente al noreste, sobresalía unos cuantos centímetros— , una barra de madera sin pulir, llena de astillas, en la que podría atender a su clientela adecuadamente—, un cartelillo en el que anunciaba sus especialidades.

Al girar ciento ochenta grados, le llegó el olor a mar, la espuma del oleaje, de baja intensidad y lo más cercano a él:  treinta y tres sombrillas fabricadas con paja de cocotero, y colocadas de manera cuadrangular. No pudo contener una sonrisilla de satisfacción.

En el cartel donde anunciaba su menú diario se podía encontrar:

Sancocho, que en los festivos y feriados convertía, añadiendo Siete Carnes, en un plato de lujo.

Mangú.

Arroz Blanco.

Habichuelas Guisadas, que allí llaman frijoles.

Pollo criollo.

Ensalada Verde

Tostones de plátano frito

Habichuelas con Dulce

Bizcocho Dominicano

Que junto con un Morir Soñando, un Ron caribeño, un Coco loco y un Banana Mama.

Todo lo cual componían un menú, al precio de: 6,70 pesos.

El padre del Negro me dijo, que el cartel del menú lo había pintado él, y al acabar exclamo: “Esto no lo mejora ni Dalí”, noticia que nunca tuve por cierta.

Tardé 6 años en volver a ver al Negro, mis viajes se habían desplazado hacia Noruega, y no había tenido ninguna noticia suya así que supuse que había tenido dificultades económicas. Al llegar a su bohío no lo encontré, pregunté por él y me dijeron que no estaba, que descansaba, pensé que habría alquilado una hamaca para dormir y previamente instruido me dirigí a su búsqueda. Al llegar lo encontré durmiendo, se despertó y comenzamos a hablar, supe por él:

Que los negocios le habían ido extraordinariamente bien, primero construyo otro bohío, que inicialmente arrendó a sus antiguos trabajadores, y así, poquito a poquito, llegó a tener 47. En ese momento y como no encontraba ya gente a la que arrendar más bohíos, se le ocurrió montar una franquicia, el negocio fue otro éxito y llegó a tener franquiciados en toda centro américa, en parte de Brasil y en el sur de México. Cuando ya no sabía donde invertir, se acercó al resort, en el que ahora, prácticamente vivían él y toda su familia, incluidos primos hermanos y algún sobrino de parentesco distraído.

En los cuatro meses que estuve con él disfrute de su estilo de vida: comí los mejores mariscos, bebí el mejor ron del caribe– importado y en el que la etiqueta llevaba su nombre, en chillonas letras rojas— , bebí vinos exquisitos, que no había probado nunca y cuyo nombre me resultaba impronunciable, comí un marisco excelente, vi  el club náutico en el que anclaba su yate, cuyo nombre era, cómo no,  El Negro, y con el que dimos unos paseos extraordinarios, estaba tan bien equipado que en ocasiones nuestras excursiones nos permitían alargarlas hasta diez días, conocí a las caribeñas más hermosas, todas adornadas con unas joyas extraordinarias.

¿Negro cómo es posible que no te hayas puesto en contacto conmigo, pensé que éramos amigos? Al contestarme aprecié una dentadura tan blanca, que contrastaba tanto con su negrura, que pensé que se había hecho algún blanqueamiento, no precisamente con típex, me dijo: sí somos amigos querido Críspulo, pero si bien he tenido todos los medios posibles he estado tan absorto que no he tenido tiempo. Yo me extrañé, pero pensé que podía ser cierto.

A una velocidad detestable se aproximaba el momento de mi vuelta, por aquel entonces El Negro dudaba entre comprarse un jet privado o un helicóptero más, esta vez como los que salen en Apocalypsis Now, mientras suena la musiquita del desembarco, qué belleza y que horror, todo a un tiempo. Julio César lo hacía todo a lo grande.

Desde luego no vi nunca traza alguna de coca durante mi estancia, ¿para qué iba a necesitar esas pringues?

El día de mi partida se produjo un intercambio de risas, lágrimas y besos fui obligado a montar en una pequeño hummer, que El Negro había reconvertido en un lujoso vehículo

Mi destino era el aeropuerto que hay en la misma Punta Cana, llegamos en unos diez minutos y al entrar en la misma pista del despegue, vi una especia de charanga, tocando aparatos musicales algo estrafalarios y, como no podía ser de otra manera, un par de helicópteros capitaneados por El Negro, al mismo tiempo que la improvisada orquesta tocaba, Apocalypsis Now.

Me quedé perplejos estuve un rato oyendo aquel espectáculo, me avisaron de que el avión iba a despegar, corrimos hacia la escalerilla, nos sentamos y hasta el mismo momento del despegue estuvieron aguantando la melodía.

Pese a todo lo cual: ¡Yo de mayor no quiero ser como el Negro Julio César!

Y colorín colorado este cuentecico ha terminado. 

Josma.

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