EL PLAN B
Miraflores y yo nos conocimos en el bachiller, él tenía muy clara su vocación policial, yo pretendía pasarlo lo mejor posible. Él se matriculó en derecho, yo en el instituto de criminología de nuestra universidad, que por aquel entonces impartía un título privado, con una duración de dos años. El futuro subinspector hincaba los codos de continuo, yo me pasaba el día en el bar. Cuando Miraflores ganó su plaza en la policía tuvo destinos en: Burgos, Huesca, Alicante y, finalmente, en Valencia. Habían pasado diez años y yo malvivía con una licencia de detective.
El primer año, tras nuestro reencuentro, pasó rápido. Estuve presentándole todos los bajos fondos de la ciudad, donde reclutamos muchos informadores. Él me pasaba asuntos que yo podía resolver, especialmente, cuestiones de infidelidades, en los que me dedicaba a obtener fotografías comprometedoras.
Un día, cuando lo consideré adecuado, le presenté a Dalton García, el mayor dueño de prostíbulos y timbas de la ciudad. Era necesario que Miraflores conociera a quien estaba siendo su rival. Yo tenía una extraña relación con aquel tipo, de una parte, admiraba su poder y su dinero, de otra lo odiaba, dada mi afición al juego, era su esclavo, más de una vez pensé en matarlo.
Dalton, como acostumbraba, estuvo encantador, se ofreció a colaborar con el subinspector y nos invitó a unas copas. El encuentro se alargó por más de dos horas. Todos, menos yo, salimos contentos.
Al mes de la entrevista Miraflores me llamó, quería que me presentase en su despacho, con urgencia. Intuí que algo iba mal, seguramente alguno de nuestros soplones nos habría delatado.
Cuando llegué encontré a un hombretón de casi dos metros y cien kilos, paseándose por la sala, con las manos cruzadas tras la espalda y su frente perlada de sudor. Le pregunté si estaba nervioso y me contestó que estaba pensando.
– Detective, esta mañana ha aparecido muerto Dalton, supongo que no has sido tú. Hay muchos testigos de tu odio hacia el difunto.
— Sabes perfectamente que soy incapaz de matar una mosca.
— En ese caso te diré quién lo ha asesinado, he sido yo.
— ¡No puedo creerlo!
— Ahora deberías denunciarme, ¿o no?
— Es lo apropiado, Miraflores.
— Supongamos que ese en el plan A, pero tengo un plan B.
Entonces me contó que la desaparición de Dalton nos abría la puerta para que pudiéramos hacernos con su banda y controlar su negocio, que yo desempeñaría esa función, naturalmente con su colaboración. Acabó diciéndome que la decisión estaba en mis manos.
Yo me quedé pensado: ¿Escogería el plan A o el B?