En camino hacia París
Llevaban cabalgando unas veces, andando otras, días. El agua y la poca comida que llevaban, escaseaban. Tanto ellos como los caballos estaban desfallecidos.
Viajaban huyendo de las rutas habituales, campo a través o por caminos de herradura, su futuro era ya incierto.
El hombre que le había dado la bolsa, al guardia que, custodiaba, la puerta, espoleó a su caballo y arremetió contra la primera masía que encontró, volvió sonriente, con un jamón, 2 botas de vino y unas cuantas balas de alfalfa para los caballos, se llamaba Juan Sancho Sempere. Tenía 47 años, había sido mercenario desde los 19 años, participó en la toma de Granada.
Ahora ya cansado de tanto batallar, de dar muerte a muchos hombres, ha vuelto con el padre de Juan Luis, que en un momento de su juventud le socorrió, porque era pobre, y le prestaba toda clase de servicios. El Sr. Vives lo recompensaba generosamente.
Al ver la mercancía que les acercaba Sancho, Juan Luis saltó de su montura, corriendo hacia él, y le arrebato el jamón.
Juan Sancho improviso una fogata, para asar unas buenas lonchas del jamón, y con la daga que llevaba, lo sirvió, recién braseado. La bota de vino pasó de mano, en mano, y se produce más de una risotada.
Celebró la comida y el vino, de forma especial, el anciano que los acompañaba, se llamaba Vicente Vives, era primo hermano de su padre. Investigado por la “Santa Inquisición” aprovechó un parón, fruto de un fallo procesal, para unirse a la comitiva que marchaba a Paris.
Había sido el preceptor de Juan Luis, hasta que éste entró en la Universidad de Valencia. También había sido el rabino de la sinagoga que existía en la propia casa de los Vives.
El camino a París resultaría todavía más peligroso…