En un pueblo de fábula.
En Villa Hermosa de Abajo están de fiesta, es 26 de julio de 1946. Celebran sus santos patrones: San Joaquín y Santa Ana. A lo largo del día habrá Misa mayor, la comida para los pobres y la procesión.
En el templo los dos primeros bancos están reservados para las autoridades, en un lado del altar hay un sitio especial para la señora Marquesa, especialmente engalanado. Ella aparece en el templo faltando diez minutos para las once. Totalmente vestida de negro, pues guarda un luto riguroso por el Marqués, fallecido hace ya diez años. Su esbeltez y lo blanquecino de su piel la distinguen del resto de las mujeres del pueblo, aunque ella ha nacido allí.
El oficio religioso se hace largo, el cura párroco ha traído al padre Cascares, un tipo endeble pero capaz de montar un circo terrorífico, con una ronca voz que parece haber tomado prestada de algún hombretón. Argumenta que la primera pecadora fue Eva y de ella descienden todas las mujeres, que participan en su maldad, por eso es preciso que los hombres, que los maridos, sean obedecidos y respetados. Las únicas funciones de las mujeres son dar hijos para Dios y cuidar de sus maridos…
Al fin la misa termina, están todos agotados así que la salida del templo se realiza ágilmente. La puerta es atravesada, en último lugar, por la Sra. Marquesa y el cura.
Siete escalones más abajo esperan los mandos del pueblo, tras ellos apilados y casi sin aliento, se encuentra el populacho, que arroja flores a la distinguida dama. Cuando llega a la acera la está esperando Gonzalito Finezas, el único fotógrafo de la comarca, que inmortaliza el momento con unos cuantos retratos.
Es cerca de la una, deben comenzar cuanto antes a servir la comida para pobres. La intendencia ha sido organizada, este año, por la Sra. del alcalde. Ha tenido que hacer milagritos para contentar a todos los comerciantes del pueblo, así que se servirá una ensalada con productos locales y un pollo guisado a la hermosina.
Cuando llegan a la antigua nave industrial, requisada por el ayuntamiento, pues sus dueños eran unos ávaros rojos, entran las mujeres, en la puerta quedan el secretario municipal y un auxiliar, que van desgranando el padrón de pobres, renovado este año por el consistorio municipal, aplicando nuevos criterios nepóticos, para realizar una selección más justa.
Los comensales van tomando asiento en unos bancos de madera, allí tienen puestos los cubiertos, unos platos y unos vasos, por cada cuatro hay dispuesta una botella de vino tinto y dos gaseosas. Toda la comida es presidida por la Sra. Marquesa que sufraga las viandas. De manera ordenada y eficiente, las chicas de la sección femenina van disponiendo el servicio de los invitados, que comienzan a comer tras la tradicional bendición del cura párroco. En cuanto este acaba con sus plegarias, se arma un alboroto tremendo entre los asistentes, hay algunos especialmente vigilantes de que las raciones de sus vecinos no sean más abundantes, también hay protestones que pretenden negociar, sin ningún éxito, el que les sirvan a ellos muslos y no pechugas, que están siempre más resecas.
Como novedad de este año se han seleccionado a cuatro vencidos en la guerra civil, pues se ha iniciado una política de integración social. Entre los invitados especiales se encuentra D. Julián, que fue el maestro del pueblo durante veinte años, fue denunciado, por el padre de la Marquesa, como republicano, malvive dando clases particulares, en la fonda de la Juana, en un pequeño cuarto sin ventilación. El hombre ha venido a regañadientes, el cabo comandante del cuartelillo, ha tenido que mandar a su casa a dos números de la guardia civil para evitar su inasistencia a la comida.
Al entrar a la comilona se ha encontrado con la mirada de la Marquesa, cada vez más guapa para su gusto, él ha sido incapaz de mantener la contemplación de sus ojos, agachando la cabeza.
Cuando acaba la comida se celebra un vino de honor, reservado para los principales del pueblo, luego cada uno se retira a descansar. A las siete y veinte, con retraso, como va siendo costumbre, comienza la procesión. En la que se ha reservado el sitio de honor para la aristócrata.
El horizonte presenta unos extraños nubarrones para estas fechas, y a las ocho los cielos arrojan una intensa lluvia. Cada uno de los presentes se refugia donde puede. Dª Isabel García García, Marquesa consorte de Sotomayor, se detiene en la puerta de la fonda de Juana, donde aparece Julián con un paraguas.
— Vaya Julián, ¿ya me has perdonado?
— Os he perdonado a todos, pero no olvido la denuncia de tu padre, el ensañamiento de tu hermano al resolver el expediente disciplinario por el que me expulsaron y tu total indiferencia ante estos hechos.
La marquesa le arrebata el paraguas y Julián la ve caminando por la calle Mayor, hasta que tuerce en la primera esquina a la derecha. Sabe que su relación ha finalizado definitivamente.