Error 404
Siempre me tuve por un ser ordenado, paciente, tranquilo, incluso bondadoso, pero con mala salud.
Desde la infancia mi afición favorita era la lectura, devoraba todos los libros que caían en mis manos. Mis lecturas no fueron dirigidas por ningún instructor, así que no tuve un aprendizaje sencillo.
Mis padres, sin ser ricos, mantenían una posición económica holgada. Teníamos una casa en la ciudad, en Castellón y otra en el campo, cerquita de Benicarló, a la que acudíamos dos meses en verano.
Mamá se pasaba el día charloteando con sus amigas, el servicio doméstico hacía todas las tareas del hogar.
Mi padre entro en política, llegó a ser Senador, estaba poco tiempo en casa.
El carecer de hermanos hizo que necesitase compañeros de juegos, pero no iba al colegio, mis padres temían que me contagiara de todas las enfermedades que padecieran los chiquillos.
Así que decidieron educarme a la antigua, contrataron tres profesores y con ellos iba aprendiendo.
La Señorita Hortensia, me daba clases de francés y latín. También me enseñó a tocar el piano.
El Padre Antonio se encargaba de la religión, la geografía y la historia.
El Dr. Gutiérrez, me enseñaba los misterios de la naturaleza, era un físico excelente con el que aprendí mucho.
Todas las clases eran por la mañana, así que, tras la comida y hasta la cena, disfrutaba de varias horas para leer. Siempre lo hacia en la biblioteca, una estancia no muy grande, cubierta de estanterías de madera de caoba, que iban desde el suelo hasta el techo, repletas de libros; en gran parte herencia de mis abuelos.
Así transcurrió mi infancia y mi adolescencia. Yo había sido un niño bueno y sumiso que jamás puso problemas para obedecer a sus mayores.
A la edad de diecisiete años, tras consultar con mis profesores y durante una comida, mi padre anunció su intención de enviarme a Valencia a estudiar Derecho, esa formación me facilitaría amplías posibilidades de empleo, ya fuera en la abogacía o en la política; nadie dijo nada, así que la decisión siguió adelante.
Mi estancia en Valencia me abrió los ojos a la vida. Muchos de mis compañeros de estudios los simultaneaban con los de Filosofía y Letras, o bien asistían a clases en el Instituto de Criminología.
Pero yo tenía otras aficiones, seguía leyendo, hasta que encontré un compañero de residencia, Juan Bravo, estudiante de físicas, que se pasaba el día hablándome de ordenadores, de programas informáticos, de la revolución cibernética.
Yo consideraba esas materias como frágiles, faltas de rigor, más mecánicas que intelectuales.
Ante la insistencia de Juan, lo acompañé algunas tardes al laboratorio de su Facultad, donde estaba recientemente instalada una máquina que ocupaba toda una habitación, que había que alimentar con información binaria, así que había que estar horas y horas, perforando tarjetas, el trabajo a mí se me hacía insoportable.
Pronto la situación empezó a cambiar, apareció la programación en lenguaje Basic, las computadoras fueron reduciendo su tamaño y se generó el hipertexto, ya era posible enlazar documentos entre sí.
Todo ello cambió mi vida, dejé los libros de derecho, las novelas, los cuentos, por textos y horas dedicadas al estudió de la informática.
Mis jornadas se hicieron eternas, prácticamente no dormía, no comía, al tiempo que mis conocimientos cibernéticos aumentaban, mi cuerpo se iba deteriorando. Juan Bravo se asustó, temía por mi salud, avisó a mi padre, que se presentó iracundo en la residencia y me llevó a su casa: “el sol, la buena comida, algo de ejercicio, el aire libre, te sentarán muy bien”.
Yo no me resistí, ¿para qué? Mi padre siempre fue un hombre de recursos, que nunca dudó de su sabiduría, sería incapaz de comprenderme.
Fui mucho más expeditivo, a los diez días, una madrugada, me escapé de esa casa y volví a Valencia, a los ordenadores, lo hice con más ilusión, con más ganas, con más dedicación que nunca. Estaba obsesionado con llevar el hipertexto a la comunicación en una red mundial, que permitiera la interconexión simultánea. Pero mi salud se me escapó de las manos, mi cuerpo ya estaba fuera de control.
Una tarde noté unas fuertes punzadas en el brazo izquierdo, un sudor frío, una terrible presión en el pecho, supe que mi vida se estaba acabando. Los que me entren podrán ver en mi terminal la pantalla en la que pone: ERROR 404.
Josma Taxi
Octubre de 2022