¡Es uno de los nuestros!
Se lo voy a contar todo, ahora ya no tiene sentido ocultar nada. ¡No se ponga nervioso! ¡Deje de apuntarme con esa pistola! ¡Por favor no me dispare!
Esta mañana a las diez yo tenía una cita en el hospital, la espera se alargó y salí de la consulta a las doce y media, eché un par de cigarrillos, busqué un taxi y me vine aquí, no había tomado nada en todo el día y no comería hasta las dos y media. Entré y pedí un café con leche y algo para mojar, me hicieron una tostada con aceite, me encanta el aceite de oliva. Entre risas y café se hizo la una y comenzaron a llegar los amiguetes, a tomar sus cañas y sus vinos. Se sentaron, en la barra, a mi lado: Ramiro, Fernando y Paco, comenzó el cachondeo de yayos, que si tú ya no sirves y no cumples ni con tu mujer, que si no sabemos como te aguanta, en fin, ya sabe.
Ciertamente nos pasamos el día soltando chorradas, aunque en ocasiones hablamos de temas más serios: fútbol, programas de televisión, viajes de ensueño que ni hicimos, ni haremos. Esas conversaciones tan banales constituyen un auténtico bálsamo para nuestros cuerpos y nuestras mentes.
¡Baje usted su arma, por favor! Ha visto que no soy peligroso, ya le he dicho que se lo voy a contar absolutamente todo y me está subiendo la tensión.
Bien en medio de la juerguecita va y aparece Mohamed, el marroquí, lanza un paquete enorme lleno de calcetines de lana y anuncia: “Eso son setenta euros”. Este buen hombre sin ser amigo hace las veces. Hacía más de medio año que no lo veía, me contó que había estado en Jaén, en Granada, ampliando mercados, con poco éxito. Entre nosotros comenzamos a jugar, decidiendo quien le iba a comprar el paquete, Paco le ofreció cinco euros, Mohamed sonrió y le dijo su frase favorita, plena de puro marketing: “¡Tú no sabes nada!”. Mohamed le regateó pidiendo 125 euros por el fardo, casi un cincuenta por cien más que la proposición inicial. Estaba claro que era una bravata.
Paco sacó un billete para pagar la ronda y le dijo al camarero que le pusiera una caña a Mohamed, que no bebe alcohol, pero con la cerveza hace una excepción. Mohamed si hoy pagas tú al día siguiente vuelve adrede para convidarte él.
Cuando Paco sirvió la caña, se oyeron unas voces al final de la barra, a nuestra izquierda, era “el coyote”, un tipo alto, grande y con cerebro microscópico. “Hasta ahí podíamos llegar, ahora le pagan la cerveza, ¡Paco tira al moro ese de los cojones, a la calle!”
Paco se acercó a nuestra zona, pregunto si algo iba mal, le dijimos que de nuestra parte no había ningún problema, pero que Mohamed se quedaba, desde 1.996 está aquí, ya es uno de los nuestros.
El buen Paco se encaró con el coyote, Paco hablaba bajito, es un tipo pequeño, pero fuerte, únicamente se oía esa voz bronca, rota, que utiliza “el coyote” para amedrentar a sus piezas. Yo no oía lo que decía Paco, pero vi que le mostraba, al bravucón, la cámara de seguridad y le indicaba el camino de la calle.
Tras unos cinco minutos de discusión, el grandullón, dejó encima de la barra unas monedas y se dirigió a la salida.
Al llegar a nuestra altura, le dio un pescozón a Mohamed y se dirigió hacia Paco con intenciones agresivas, entonces ocurrió el accidente…
Ha visto que utilizo un bastón para auxiliarme en mi marcha, pues, casualmente, se me escapó de las manos y al recuperarlo, se me resbaló y cayó en la nuca del macho intimidador.
El resto ya lo conoce usted, alguien les llamó, ustedes aparecieron, llegó una ambulancia, se llevó al malherido y usted, tras intercambiar cuatro palabras con Paco, se dirigió a mí. Ya sabe lo mismo que yo.
Soy muy optimista, creo que antes o después el bien vencerá al mal, creo que todas las cosas me saldrán bien, pero usted no baja el arma, empiezo a pensar que no lo hará.
¡Deje de apuntarme con esa pistola! ¡Por favor no me dispare!
Josma Taxi
Febrero de 2023