EUREKA.
El buen doctor se encentró ante el cadáver y no supo por dónde empezar. No lo buscaban a él, pero Holmes estaba ingresado en un sanatorio, así que debía hacer él sólo lo que hubiera correspondido a los dos.
El forense le dio una pequeña explicación: “varón, unos 58 años, muerto por asfixia y rotura de la tráquea, esto último podrá comprobarlo usted mismo.”
— Vayamos a mi club, allí estaremos más tranquilos, podremos hablar con más calma, aquí ya no va a encontrar nada más.
— Muy bien comisario Brown, como usted guste.
Por el camino Brown le explicó al Dr. que lo sorprendente de esta muerte, era que el cadáver fuese hallado en una habitación totalmente cerrada por dentro y aislada del exterior. Nadie había podido entrar o salir de ella. La policía no encontraba ninguna explicación.
— Y sin embargo hay un detalle que me ha llamado la atención, comisario, esa cicatriz en el brazo derecho, a cinco dedos, desde la muñeca, que yo no logro entender. El forense también lo ha observado, tampoco tenía una respuesta…
El resto del trayecto transcurrió en silencio, ambos intentaban encontrar respuestas que no alcanzaban.
El Dr. conocía al comisario desde hacía un tiempo, no tenía buena imagen de él, además de ser muy pesado, se daba unos aires de superioridad elevados. Tercer hijo de un Duque cuya fortuna económica había venido a menos, aspiraba a hacer carrera en política, así que utilizaba su cargo para medrar.
El club New Carlton, era de los más prestigiosos de la ciudad, allí el comisario dedicaba buena parte de su fortuna a mantener una cohorte de pelotas y chiquilicuatres, que coreaban sus actuaciones.
Tomaron asiento, debajo de una ventana, decorada con una vidriera que imitaba, malamente, las góticas, un camarero les sirvió unos wiskis y los dejo solos.
— Dr. supongo que lo ya ha intuido pero tengo un interés especial en resolver este crimen, lo podría presentar ante la prensa como un logro del equipo policial que dirijo.
— Sí, lo imaginaba comisario, he estado reflexionando sobre el asunto de la cicatriz, he visto algo parecido cuando presté servicios en la India, pero no acabo de encontrarle sentido. Si bien le digo que sólo hay una persona que pueda darnos la solución o pistas suficientes para resolver el homicidio.
— ¿Quién es?
— Se trata del Dr. Doyle, ha sido como un padre para mí, ahora está retirado de la medicina, se dedica a escribir y a cultivar su gran pasión, el espiritismo.
— ¿Ud., cree en esas paparruchadas?
— No comisario, no, el creyente es el Dr. Doyle.
Convinieron que cómo el Dr. Doyle vivía en el 17 de Upper Wimpole Street, solicitarían una entrevista para un par de días después. Tras recibir la conformidad del cirujano, se personaron en su domicilio.
Entre los dos le resumieron el estado de la investigación, Doyle quedó unos minutos en silencio y luego pregunto:
— Estimado colega supongo que la cicatriz tenía forma de dientes de sierra, lo que me interesa más es saber si había una diferencia de color entre las dos partes del brazo.
El comisario y el médico contestaron afirmativamente, este último añadió que al verlo pensó que se debía a una inflamación del algún golpe soportado en esa parte del cuerpo.
Doyle volvió a enmudecer, luego explicó que necesitaba reunirse con sus guías espirituales, que le disculpasen unos momentos.
Los visitantes quedaron sorprendidos: “Dr. no me diga que va a hablar con espíritus, el médico asintió con la cabeza”
Se produjo una larga espera, en la que se oyeron voces extrañas y ruidos de muebles arrastrados o empujados por el suelo. Luego volvió el silencio.
Tras casi diez minutos se oyeron unas estruendosas risas y la voz del Dr. Doyle diciendo: ¡Eureka, lo encontré!
Volvió a la habitación donde había recibido a sus invitados y se dirigió a ellos diciéndoles que había encontrado una explicación al misterio, que suponía que les parecería, como poco, extravagante, pero que sus guías espirituales le habían asegurado su veracidad.
Continúo contándoles que él había estudiado medicina en la Universidad de Edimburgo, en la que imparta clases de anatomía y cirugía general el prestigioso catedrático Dr. McFarland, su examen final consistía en presentar a los alumnos una serie de cadáveres desmembrados para que reconstruyeran sus cuerpos, no siempre coincidían las extremidades con los cadáveres. Allí había aprendido a reconstruir huesos, vasos sanguíneos, tendones, músculos… Y, finalmente, aplicar a la piel suturas en dientes de sierra.
También se fijaba en los colores de los miembros, su adecuación o no a los cuerpos; esas técnicas nunca fueron empleadas con seres vivos.
Pero eso no explica la muerte, para ello hay que considerar la parte espiritual. Todo cuerpo no es sino un traje del espíritu. Mis maestros me acaban de ayudar a enfocar el problema. ¿Qué sucedería si a un cuerpo se le implantase la mano de otro? Podría aceptarlo o rechazarlo, a la mano le sucedería lo mismo. ¿Cuál sería la reacción en caso de incompatibilidad espiritual? ¿Podrían soportarlo o intentarían separarse ambos?
No sé si me siguen, pero la idea es que la solución de su enigma para mi resulta posible, el asesinado y la nueva mano aceptaron su aniquilación, se produjo un enfrentamiento radical, el uno apretó la garganta, el otro acepto la asfixia…
Ahora comisario querrá saber el nombre del responsable de todo esto, eso no lo sé, pero yo de usted buscaría a un médico, cuya formación en cirugía haya tenido lugar, al menos en parte, en Edimburgo. ¿No cree que los forenses del depósito de cadáveres son magníficos candidatos para ser interrogados?
Por último, comisario le agradeceré que, si hace pública la solución del asunto, lo que no le recomiendo porque todo el mundo lo tomará por loco, no haga ninguna referencia a mi persona, mi vida ahora ya no pende del sensacionalismo.
El Dr. Doyle se levantó, indicó a sus visitantes que le siguieran y se despidió en la puerta de su casa con un saludo algo peculiar:
— Caballeros ya saben dónde no volverme a encontrar.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
Jose Taxi & Josma.