¿Hermanas?

¿Hermanas?

Olimpia y Cornelia llevaban casi sesenta años juntas. Lo compartían casi todo. Incluso sus imprudencias, que en los últimos años se habían incrementado, lo estaban pagando caro.

Olimpia estudió Psicología, Cornelia no, ella se hizo aparejadora.

En la familia había dos todólogos, que sufrían en silencio.

El marido de Olimpia era hermano de Cornelia, resultaba todo tan endogámico.

Un buen día, Josma—así llamaban a aquel hombrecito–, bajito delgadito, calvo, que todo el mundo rechazaba, pero que las hermanas soportaban, les pidió ayuda, estaba muy liado con un relatito que quería publicar en su blog—cuentecicos–, las hermanitas no le hicieron ni puto caso, él se apañó como pudo.

Ambas habían viajado varias veces al extranjero, en busca de las aventuras que sus vidas les negaban.

Las dos tenían dos hijos, pero ese era un tema que valía la pena dejar de lado.

Su padre se jubiló hacia muchos años, no sabían que hacer para que se entretuviese, lo matricularon en la Nau Gran, de la UV. Despertaron un monstruo al que tendrían que soportar hablando de todo lo que había aprendido.

El buen hombre, desde su erudición, recientemente adquirida, sentaba cátedra en cualquier lugar y momento. En su barrio se rumoreaba que una auxiliar de farmacia marchó al extranjero al no poder soportar sus discursitos. ¿Era verdadero, era falso? En cualquier caso, resultaba inquietante.

A su madurez, sabiamente guiadas por Josma, las hermanas comenzaron a publicar textos. Tampoco es que se mataran a escribir, Cornelia había publicados dos y Olimpia uno.

Cornelia tenía más amplitud de miras, Olimpia, fruto de su formación y práctica, hacía análisis emocionales profundos.

Las dos hermanas parecían mucho más jóvenes de la edad que tenían, el secreto de su juventud era desconocido. Sin embargo, tanto Josma como Jose Taxi—que estaban tan compenetrados, que en ocasiones parecían la misma persona– lo conocían. Las chiquitas bebían mucho, se conservaban en alcohol.

Y llegó un día en que, a causa del alcohol, o de lo que fuese, las nenas de rebelaron, dejaron de publicar en cuentecicos y montaron su propia editorial.

A su negocio, lo llamaron “Ediciones las Rosas”, poco duró la editorial, llegó un punto, en el que se volvieron tan borrachas, que abandonaron sus obligaciones. Se pasaban el día y las noches de bar en bar, o de tardeo, o, incluso de nochecita, no precisamente sabinera.

Moraleja: ¡No bebáis! El único alcohol bueno es el de curar heridas, el metílico, pero no debe ingerirse es toxico.

Y colorín colorado este cuentecico—antialcohólico —ha terminado.

Josma & Jose Taxi.

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