Instrucciones para subir a la planta 7ª de la Fe.

Instrucciones para subir a la planta 7ª de la Fe.

Subir a Psiquiatría resulta sencillo. Llegas al ascensor, te pones en cola y cuando es tu turno aprietas el número 7, ¡et voila! Los visitantes habituales tenemos la ventaja adicional de que por duras que hayan sido las pandemias, en cuanto comentas que vas a tu psiquiatra, los chicos de seguridad te dejan entrar sin problemas.

Mi primera vez fue una mañana primaveral en la que, con unos 55 años y padeciendo depresiones desde los 26, el Dr. Antúnez me diagnóstico un trastorno bipolar. De alguna forma que no recuerdo, o no quiero recordar, mis mujeres, mi santa y nuestra hija, se enteraron de la existencia de una unidad específica para el tratamiento del trastorno bipolar, en el Hospital Clínico y Universitario La Fe. Allá que se fueron y poco tiempo después. me citaron a una entrevista.

Siempre he pensado que hubo algo de tongo en mi admisión, pero no tengo pruebas, así que no he podido ir al Sálvame a contarlo. Yo no soy como esos colaboradores guionizados que sueltan, sin más, lo que se les ocurre y se hinchan a interponerse demandas bidireccionales. Tampoco tengo dinero suficiente para poder pagar abogados.  ¿Para qué nos vamos a engañar?

En la primera cita, a la que me acompañó mi por entonces esposa, entramos en un despacho en el que nos esperaban unas tres personas. El desconocido que llevaba la voz cantante, me dijo que me iban a hacer una serie de preguntas, sobre mi vida, familia y trabajo, para comprobar el diagnóstico. Me resumió una sencilla declaración ARCO, es la más socorrida de las que establece la Ley de Protección de datos, y comenzó el interrogatorio. ¡Qué largo me pareció!

En la siguiente ocasión nos recibió una chiquita rubia que, por mis altas dotes deductivas, supuse que habría estudiado algo de medicina. Me preparó unas recetas de cócteles para llevar y al despedirse me dio la mano derecha, mientras que con la izquierda me sujetó el brazo. El calor y acogimiento que percibí me emocionaron. Pensé que había llegado a buen puerto y que, a partir de ahí, todo sería coser y cantar. ¡Craso error chavalín!

Mi coctelera favorita seguía haciendo milagros con sus combinados: añadía un poco de angostura o de menta o de granadina; también podía reducir la cantidad de canela o de colorante alimentario o de gouda especial para gratinar. Las visitas se sucedían y si yo no llegaba a ser feliz como una perdiz, de lo que no me daba cuenta, me encontraba mejor que nunca.

Pero en esta vida todo es mutable. La ira de los dioses se desató y en una visita tuve que decirle “necesito más ayuda, tengo un problema grave y estoy atascado”. La joven sacó su varita mágica y me lanzó un: ¡Okey!, requeriré los servicios de nuestra terapeuta. Te podrá ver solamente un día a la semana, cada cierto tiempo, pero seguro que te va muy bien. Me pareció un troleo importante, pero creo que con las mujeres he de mantenerme al margen, “per si de cas”.

Y un magnífico día, soleado y cálido, me acerqué, más que nada a saludar y subí, de nuevo a la planta séptima. Tras una espera cortita, me encontré ante una Psicóloga Clínica. Esta vez no tuve que utilizar mis dotes deductivas, pues lo llevaba escrito en su bata. Mis primeras palabras fueron “creo que voy a llorar”. Ella me dijo: “espera un momento”. Se levantó, cerró la puerta de su despacho y me acercó una caja de pañuelos. ¡Ahora llora cuanto te apetezca! –, me dijo. El detallazo me pareció muy emocionante. De manera alternante y balbuceante, secando lágrimas y pronunciando palabritas poco acertadas, pude llegar al final de la sesión. Mi problema era muy sencillo dudaba si divorciarme o no. No recuerdo lo que me dijo, no puedo, no es que no quiera, pero salí de allí muy reconfortado.

En la segunda sesión le conté que ya me había divorciado. ¿Divorcio exprés? Me preguntó. No sé si hay que decirlo así. Estábamos de acuerdo en todo y firmamos el convenio regulador sin problemas.

A partir de ahí, se sucedieron muchas sesiones en las que trabajamos diversos temas: la cólera, la forma de comportarme con mi ex, cómo mejorar la relación con mis hijos, y hasta cómo conseguir hablar bien en público. Como un servidor llegó bastante espesito y soy bastante lerdo de fábrica, supongo que la rapidez en los logros que se produjeron, se debió y mucho, a las artes de mi paciente psicoterapeuta.

Las visitas, con mis dos chicas de la Fe, se iban repitiendo. Creo que yo estaba mejorando, Con el tiempo, comencé a preguntarle a la psicóloga que cuándo me daría el alta. Me dijo que de momento no, que yo era una bomba de relojería y eso se ha convertido, de tanto repetirlo, en un juego.

La única novedad destacable es que, en el triste verano de 2.021, mi ex me contó una llamada que había recibido, avisando que en breve recibiríamos una visita en mi casa, de los que vengo llamando” los hombres de negro”. ¡Sí yo también he visto la peli! El día y hora indicado mi santa ex–esposa y yo, les esperamos con tiempo, les abrimos la puerta e incluso les dejamos entrar (es que estamos educados “a la antigua”). La conversación transcurrió agradablemente, ¿Quién lo iba a pensar? Ya al final me señalaron que hacía falta una analítica. Pero por mi escasa afición a madrugar, ir al laboratorio del hospital y hacer cola, se me antojaba pesadísimo, también soy procrastinador profesional. Uno de los hombres de negro abrió un maletín en el que, previsoramente supongo, llevaba los trastos de matar. Al verlo ofrecí mi brazo sin dudarlo un instante y es que soy una especie de Superman. ¡Ah¡ No recordaba que tengo trastorno bipolar, qué despistes tengo.

El último año soporté una sentencia condenatoria muy injusta, desde mi punto de vista, pues yo era inocente. Sí ya sé que todos los culpables decimos lo mismo, ¡Que yo también he visto series de televisión! Para obtener la sentencia tuve que soportar cinco años de instrucción que fueron muy pesados y desestabilizadores. Cuando llegó la resolución judicial, sentenciándome y absolviendo al que llamaré “el piratilla” (creo que ahora es testigo protegido), este hecho supuso para mí un gran mazazo emocional, me sentí ultrajado. Yo que había dado 36 años de mi vida al servicio público, ese era el pago que recibía. Era casi como Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, “El Gran Capitán”, que recibió un trato nefasto en su rendición de cuentas, por parte de los Sres. Reyes Católicos.

Como no podía ser de otra manera, mis chicas de la Cruz Roja, ¡No Conchita Velasco no, está ya mayor!, las de la Fe, acudieron de nuevo en mi ayuda, se deshicieron en atenciones, ajustes de coctelería y terapia variadita y divertida. Eso me volvió a animar.

En el trabajo no tuve ningún problema por mi condena por prevaricación, por cierto recurrida al Tribunal Supremo. Allí los nubarrones aparecieron cuando me negué a espiar y aplicar correctivos a mis compañeras. Así que, por primera vez pedí una baja, 256 días de duración esperada. El resultado de aquel maleficio, no fue precisamente muy leve.

Acercándose el final del descanso laboral, próxima la visita al tribunal médico, subimos mi Santa ex–esposa y un servidor, una vez más, a la planta 7ª y advertimos a mis cuidadoras profesionales, de mi intención de solicitarles un informe previo a la sesión del  tribunal médico. Me preguntaron quién me lo iba a tramitar. Les manifesté nuestro desconcierto, pues había visitado a dos prestigios abogados, que no me aclararon nada, eso sí al menos uno de ellos cursó su minuta. Me dijeron que podría hacerlo la Trabajadora Social de la propia Fe.

Ni cortos ni procrastinadores, nos dirigimos al despacho oportuno, Al llegar, la ansiada funcionaria no estaba en su despacho. Nos indicaron que esperásemos. Así lo hicimos y en un periquete, apareció nuestra salvadora. ¡Que no, que ese no es su nombre! Le contamos el caso, nos pidió cierta documentación, que previsoramente ya llevábamos en una carpetita de plástico transparente, y se comprometió a cursar el expediente con velocidad.

Sorprendentemente, al cabo de dos semanas me citaron para la temida visita. Mi corazón se puso a latir aceleradamente, parecía que se me iba a salir por la boca. El día de autos nos presentamos los dos, mi señora y un servidor. Por algún rollo burocrático, a ella no la dejaron pasar, ¡malditos roedores! Cuando llegué al despacho, la sanitaria que me atendió se limitó a preguntarme la hora y tomarme la tensión, lo cual me dejó bastante desconcertado, no sabía si la petición estaba ganada o perdida.

Mis dudas acabaron en poco tiempo… Sí me concedieron una INCAPACIDAD PERMANENTE Y ABSOLUTA. Así que del reloj no necesito encontrar, por el momento, la solución.

Como he dejado ver, mi Sra. y yo nos hemos reconciliado totalmente, ha subido conmigo muchas veces más a la planta 7ª.

 El 22 del próximo mes, tengo cita, una vez más, con una de mis chicas de la Fe.

 Había pensado en llevarle un par de pollos de corral, naturalmente vivos y sin desplumar, pero como ahora con la misma facilidad que he prevaricado, igual incurro en cualquier otro delito económico, he olvidado esta muestra de agradecimiento. Aunque siempre podré convidarla, si quiere, a unas horchatas, Creo que mi trastorno bipolar me permitirá recordar las Instrucciones para subir a la planta séptima de la Fe.

Y colorín, colorado, este cuentecico no se ha acabado, llevamos 9 años metidos en el embrollo judicial. 

Con este texto he participado en la XVI edición de los premios literarios organizado por la Fe, en colaboración con la Asociación José Luis Sampedro, para la defensa de la cultura. El resultado ha sido bastante positivo. Mi intención al hacerlo ha sido darle visibilidad al trastorno bipolar, un desconocido que machaca insistentemente a muchas familias.

Por último, dedico este cuentecico a: Constanza, a mi familia, a los hombres de negro y, de forma especial a las Chicas de la Fe.

Josma & Jose Taxi.

 

 

 

 

6 comentarios en «Instrucciones para subir a la planta 7ª de la Fe.»

  1. Otrosí:
    Creo que te equivocas en una cosa: aunque no tengas pruebas del tongo en tu admisión en la consulta puedes ir perfectamente a contarlo a Sálvame. Es más, precisamente por no tener pruebas de ello debes ir; es lo habitual.👌😉

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