Interrogatorio

Interrogatorio

Diga su nombre

– Gregorio Mensa

– ¿Edad?

– 62

– Profesión…

– Soy médico y me estoy hartando de sus preguntas.

– Forman parte del protocolo y deben quedar grabadas.

– ¿Y usted quién es?

– Soy Mateo Aranda, 58 años, neurólogo y de mi depende que continúe en su cargo.

– Pues será el protocolo, pero todo esto a mí me parecen cuentos, cuentos y más cuentos.

El interrogatorio duró cerca de una hora más, fue un tostón. El asunto empezó quince días atrás. Nos remitieron a un paciente, varón, de 47 años, aquejado de una extraña enfermedad, que cursaba con fiebre, dolores de cabeza y ataques intermitentes de hipo.

Le hicimos todas las pruebas existentes, pero no hubo forma de diagnosticarlo, seguía en la UCI, sus familiares nos habían denunciado a todos los componentes del servicio de diagnóstico, así que todos pasamos por el ya famoso, al menos entre nosotros, interrogatorio.

Todos coincidimos en nuestras respuestas, pero la Dra. Amable introdujo una novedad, que el resto desconocíamos, el enfermo había sufrido una explosión en su laboratorio. Si bien ésta no explicaba todo su cuadro clínico, sin embargo, abría nuevas vías de investigación.

Reuní a mis esclavos en la sala de juntas y les apliqué las cinco preguntas de rigor.

1.- ¿En qué pudo afectarle la explosión?

2.- ¿Cuál sería la región corporal que mas sufriría con una detonación?

3.- ¿Podríamos hacer alguna prueba complementaria?

4.- ¿Era posible realizar alguna cirugía?

5.- ¿Dónde te has comprado esos zapatos, Dr. Romualdez?

Os advierto que todas las preguntas valen dos puntos, excepto la última, cuyo valor es de cuatro euros. Tenéis una hora para encontrar respuestas. La quinta pregunta era retórica, me servía para que, en el hipotético caso, de que alguien la contestase, sabría que tenía que despedirlo.

Para matar el tiempo me acerqué al despacho del jefe de oncología, por entonces compañero de piso, con el que tuve una agradable conversación, apostamos 100 monedas a quien ganaría la próxima Super Bowl.

Volví con mis chicos, entre ellos reinaba el desconcierto, cada uno consideraba una serie de enfermedades, a cuál más disparatada, de modo que tuve que poner orden.

Me dirigí al pizarrón y estuvimos reflejando síntomas y posibles causas, pero no hubo manera de hilar algo coherente.

Sin previo aviso me quedé en blanco, algo se había iluminado en mi cerebrito. ¿Señores el paciente estuvo en Canadá este invierno? Tres de los presentes afirmaron. En ese caso, les dije, padece un síndrome neurológico esencial, se han descrito ya veinte casos en la literatura especializada.

No quedaron muy satisfechos con el diagnóstico, y ese síndrome: ¿Qué tratamiento tiene? — preguntó alguno de ellos–.

Pues de momento ninguno, pero explica a la perfección todos los padecimientos de nuestro amiguito. Podemos recetarle paracetamol y que contenga la respiración en los episodios de hipo.

¿Y quien lo va a explicar en el próximo interrogatorio?, dije en voz alta.

Creo que deberías ser tú, para eso eres el jefe del servicio.

Tal vez tengas razón…

Y colorín colorado este cuentecico, — insano–, ha terminado.

Jose Taxi & Josma

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