JUSTICIA.

JUSTICIA.

— ¿Qué pide usted?

— Pido justicia, dije.

— Ya bueno, eso piden todos, Señor Borisov.

— No sé señor, pero yo quiero justicia, estoy aquí acusado injustamente.

— ¿Está usted seguro, de pedir justicia?

— Por supuesto, contesté.

— Bien, yo la administro, comencemos el juicio.

El juez me intimidaba, en lo alto de un estrado y yo medio metro por debajo de él. Estábamos en una sala grande, sombría, obscura y fría. Pero me quedé satisfecho, mi petición había sido atendida, el resto iba a ser coser y cantar.

— ¡Que entre el otro acusado! El Señor Belyayev.

Apareció un hombre bajito, de pelo plateado, con una barba del mismo tono, quizás excesivamente cuidada y recortada. Se sentó en el banquillo de los acusados, parecía muy tranquilo, incluso dominando la situación,

— ¿Está usted acusado de estafar a la Fundación para el desarrollo de las Artes y el Humanismo?

— Si señor, eso me han dicho, respondió el tipo, tras atusarse la barba y engolar la voz.

— Pues le voy a preguntar sobre este asunto,

— Lo siento Magistrado Ilustre, pero siguiendo las recomendaciones de mi abogado, sólo contestaré a las preguntas que me formule él

— Está en su derecho, pero no creo que esa actitud le favorezca.

— Es posible Señoría, pero mi estrategia personal la dirige mi letrado, soy persona obediente, sumisa y responsable.

— En ese caso respeto su decisión.

Me hubiera reído, pero la situación no invitaba a hacerlo. Aquel individuo nos había mareado, engañado y toreado como a niños y ahora se las daba de buena persona.

–¡Que pase la Señora Kolesnikova! —dijo con voz firme y hasta autoritaria el Magistrado.

Entró una rubia teñida, una cincuentona, que se creía guapa sin serlo, atractiva sin tener un cuerpo especial y dueña de las palabras, arte que creía dominar.

— Señora ¿conoce la acusación que recae sobre usted?

— Si, pero no la entiendo muy bien, es todo tan complicado.

— Bien, bien. En ese caso le haré un breve resumen, usted era la presidenta de la Fundación para el Arte. Durante su mandato se produjeron algunas irregularidades en la contratación de varias exposiciones, como usted era la responsable de la fundación, está acusada por ello. ¿Ahora lo entiende?

— Lo entiendo a medias, yo no contrataba a nadie.

— ¿Y quién lo hacía?

— Lo cierto es que no lo sé, contestó la mujer.

— Pero Señora si usted era la presidenta ¿cómo dice que no lo sabía? Es totalmente ilógico.

— Si puede ser, en ese caso mejor le digo que no lo recuerdo.

— Señora que usted firmaba los expedientes de contratación, su implicación es más que evidente.

— Ay que torpona soy, no entiendo de números, ni de escritos, ni de contratos. Ya me lo decía mi tío, el Magistrado Shestakov, que hasta el pasado año presidía la Audiencia, ¿lo conoce usted?

— Sí lo conozco, pero no es santo de mi devoción, de modo que no vaya por ahí, se estrellaría.

— Lo siento señor, no era mi intención… me ha venido a la cabeza y lo he dicho, en ocasiones soy algo imprudente.

— Dejémoslo estar Sra. Kolesnikova. Veamos si recuerda las funciones que ejercía el Señor Belyayev.

— Sí eso sí, él nos asesoraba, en muchas cosas.

— ¿Qué cosas?

— Pues en temas económicos y financieros, en ocasiones realizaba trabajos concretos, unas veces encargados y otras no, pero aprovechables todos.

– ¿Dice que era un buen asesor? Sin embargo, la Fundación estaba en quiebra, arruinada y repleta de deudas. ¿Cuánto cobraba este señor?

— Si la fundación pasaba apuros económicos no fue culpa de nadie, ya sabe usted que estos tiempos están alborotados y lo que hoy sirve mañana no. De lo que cobraba Belyayev, para ser sincera, le diré que no lo recuerdo.

— Otra vez su falta de memoria, que oportuna.

— ¿Qué me dice del otro acusado, el gordito, no recuerdo su apellido, Borisov, sí Borisov, que funciones tenía encomendadas en la Fundación?

— Prácticamente ninguna, no formaba parte del patronato, no decidía nada, en realidad venia a algunas sesiones, tomaba notas, redactaba algún acta.

A petición del juez comenzaron a hablar, a preguntar, a argumentar los abogados de ellos dos, yo no llevé, creía que no me haría falta.

Hicieron su informe final, el magistrado nos preguntó si queríamos añadir algo, todos afirmamos nuestra inocencia.

Llegados a ese punto apareció el profesor Antonov y dijo:

–Chicos como interpretación teatral no es de las mejores, vuestras argumentaciones jurídicas están poco fundamentadas. ¿Qué es mejor o peor, no declarar o hacerlo afirmando que no se recuerda nada? ¿se puede ir a un juicio sin la asistencia de abogado, por muy poco que se haya intervenido en el asunto criminal? Todo eso lo contestáis en un escrito que no superé las cuatro páginas y dictáis sentencia, que dudo que sea justa, pero así son las cosas.

Josma Taxi.

4 comentarios en «JUSTICIA.»

  1. » Si, pero no la entiendo muy bien, es todo tan complicado.»
    Con mi escasa experiencia, creo que es la respuesta para todo, todo, todo.
    Incluso para infantas…

    1. Estoy totalmente de acuerdo con Nicomedes. Además, añadiría otra respuesta habitual (tipo sálvese quien pueda) que sirve para evadir todas, todas y todas… las responsabilidades de las propias acciones: «no lo recuerdo».

        1. Perdona, pero Nicomedes es mujer, finalizó por la caída de una maceta en un ventoso día que vino desde Carcaixent a Valencia para pasar un buen día de compras: como la vida misma. No podría ser de otra forma, ni ser mujer, ni el macetazo.

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