LAS TARDES.
Cuando Olimpia volvió a casa mi vida cambió. Yo había aprendido lo suficiente de mis muchos errores…
En nuestra primera cena juntos me dijo: “Hemos de cambiar nuestras costumbres de vida. “
Y así lo hicimos, por las tardes, sobre las siete, empezábamos un ejercicio de media hora. Ese tiempo nos los reservábamos para nosotros, pasara lo que pasase.
Con el buen tiempo nos íbamos a la terraza norte de la casa, con el malo nos marchábamos al porche cubierto del sur, sólo entonces yo encendía la chimenea y recuperábamos fuerzas. Nuestra casa era modesta, pero las dos habitaciones que nos acogían en el atardecer, habían sido decoradas con mimo y dedicación. Sus muebles eran baratos pero confortables
Nos sentábamos y nos concentrábamos en nuestra respiración. Era nuestra peculiar manera de meditar.
El objetivo era no hacer nada, sentir nuestros cuerpos en armonía. Al poco tiempo nuestras mentes se apaciguaban y gozábamos de un estado vívido de existir.
Olimpia practicaba mindfulness, ejecutaba el ejercicio con perfección.
A mí, que soy torpón y escurridizo, me costó mucho más meditar.
Al acabar el ejercicio nos mirábamos, sonreíamos y nos besamos. Celebrábamos el gozo de todos los años que habíamos pasado juntos.
De esta manera tan sencilla y plena de vivir el “aquí y ahora”, nuestra relación de pareja, nuestra salud física y mental, mejoró.
Después volvíamos a nuestra vida habitual, llena de riqueza, no material, pero sí de familiares y amigos. Estábamos agradecidos de haber vivido.
Y colorín colorado, este cuento—dedicado, como todo y como siempre, a Olimpia –, se ha terminado.
Jose Taxi & Josma.