Liber secretus.
El primer domingo de septiembre de 1509, tras haber asistido a misa en la Iglesia de San Nicolás, dos miembros de la familia Vives, salieron al exterior del templo, todavía hacía calor, la temperatura era la propia del fin del verano en Valencia. Todos los domingos asistían a los servicios religiosos; al ser judíos conversos tenían la necesidad, para subsistir, de mostrar públicamente su devoción cristiana. Los tiempos de la inquisición habían llegado y en Valencia ya se habían producido varios procesos inquisitoriales.
Aquel día, al contrario de lo habitual, los Vives no marcharon a su casa, sino que dieron una vuelta por el centro de la ciudad y se dirigieron a casa de sus parientes: Salvador y Miguel Vives. Entraron a la calle d’en Boix, situada en plena judería. Al acercarse al portal encontraron a Miguel cuidando la puerta que tenía entreabierta. Los hizo pasar, y los acompañó a la pequeña sinagoga en la que el mismo ejercía como rabino. Los hombres se colocaron una Kipá, pues– aunque no fueran a llevar a cabo ninguna celebración religiosa–, querían respetar la tradición.
Una sola cambra, con una capacidad para unas diez personas, carente de cualquier signo o elemento religioso, servía para que algunos conversos pudieran mantener secretamente los cultos esenciales de su anterior religión. Las paredes de aquella estancia tenían un espesor de una vara, carecía de ventanas y la iluminación procedía de una serie de hachones, distribuidos a lo largo de la estancia. Juan Luis había estado allí unas pocas ocasiones.
Miguel cerró la puerta de acceso y sin más dilación se dirigió al fondo de la sinagoga, al ángulo derecho de la estancia, murmuró unas palabras—ininteligibles–, y presionó sobre uno de los bloques, situado en la penúltima fila; la piedra se movió, dejó entrever un hueco, Miguel introdujo las dos manos y extrajo un pequeño arcón encima del cual había unos documentos.
El rabino lo colocó todo sobre un banquillo, cogió los manuscritos y los apartó. Luego se dirigió a Juan Luis y le dijo:
«Primo, este arcón ha llegado a nuestra comunidad de una forma accidental, hace unos doscientos años. Es de madera de castaño. Los viejos rabinos cuentan que su fábrica y durabilidad, hacen pensar que fue realizada por el propio Artephius y que contiene su manuscrito “El Liber secretus”. Aunque también podría ser un Grimorio. Francamente, no sé qué decirte, pero confío en que nos sirva para salir de esta época de oscuridad y traición. Que nos ayude a recuperar la convivencia entre musulmanes, judíos y cristianos, que los intereses económicos y políticos han suprimido. El poder, la dominación de unos hombres sobre otros, ha sido la peor de las enfermedades, la perdición de la humanidad, la obra de los demonios dirigida a aniquilarnos.»
Juan Luis miró a Miguel, su rostro reflejaba un estado de confusión, ¿qué le estaba diciendo su primo? ¿Quién fue ese tal Artephius? Que tenía que ver él, un joven titulado de la Universidad de Valencia, que en unos días viajaría a París para completar sus estudios. Así que se atrevió a preguntar: «¿Miguel puedes explicarte algo más, ¿quién fue Artephius, era judío, se convirtió, qué relación tiene con nosotros?»
Miguel esbozó una sonrisa comprensiva y contestó: «Del maestro Artephius sabemos poco, la leyenda cuenta que se trataba de un musulmán, que vivió casi quinientos años atrás, su importancia radica en que practicaba la alquimia. A diferencia de otros, preocupados por transmutar cualquier mineral en oro, Artephius descubrió el elixir de la juventud, capaz de alargar eternamente la vida de las personas. Al mismo tiempo, ese brebaje dotaría a todo ser humano de una segunda oportunidad, propiciaría en él la sabiduría, el amor a la verdad, la compasión. ¿Imaginas Juan Luis lo revolucionario que podría ser en estos tiempos?»
El joven se acercó al cofre que seguía depositado en frente de Miguel, lo acarició, lo olió, intentó abrirlo, pero no pudo.
— No se puede abrir, Juan Luis, fíjate en la extraordinaria cerradura que lo protege, es una aldabilla hermética, elaborada siguiendo las instrucciones obrantes en la “Tabla Esmeralda”, es preciso contar con dos llaves para franquearlo y conocer la palabra que desvelan su misterio.
— ¿Así que Miguel, no tenemos nada?
— Conocemos la palabra es: “Sefarad”, así se refieren los textos bíblicos a nuestras tierras. También tenemos una de las llaves, que yo te entrego ahora. La otra no está en nuestro poder, seguramente se encuentra en la sinagoga de París, pero no estamos seguros.
— Y, Miguel, ¿no habéis intentado romper al cofre y extraer su contenido?
— No es posible hacerlo, la protección hermética que lo envuelve lo impide y en caso de que, accidentalmente, se abriese… su contenido se desvanecería.
— ¡Pues que complicado, Miguel!
— Juan Luis de ti necesitamos dos compromisos: de un lado debes llevarte el cofre a París, localizar la sinagoga, su sede es itinerante, para evitar más persecuciones, entregarle a su rabino la caja y la llave, él debe tener la otra y también conoce la palabra secreta.
— ¿Qué más, pregunto Juan Luis?
— Se supone que esos documentos que acompañan al arcón son transcripciones de textos de Artephius, no estamos seguros. No tienen ningún tipo de protección, así que no saldrán de este lugar. Cuando tú partas me encargaré personalmente de su destrucción. En estos pocos días deberás leerlos y memorizar todo lo que puedas de su contenido, si el baúl desapareciese, tú tendrías algo con que comenzar de nuevo esta historia. Te advierto que los textos son fragmentos, mal traducidos, incompletos, pero no hay otros legajos disponibles.
Unos cuantos días después, mucho antes del amanecer, un portalón de una casa situada, en el casco más antiguo de Valencia, se abrió, pertenecía a la familia de Juan Luis. Por ella fueron apareciendo tres hombres: todos embozados y conduciendo a pie tres caballos de pura raza árabe. Los caballos iban con los cascos envueltos en trapos, pues, aunque el suelo era de piedras y arenilla, no querían hacer ningún ruido.
El primero en abrir la fila era un hombre de mediana edad, el segundo un jovenzuelo, casi imberbe y, por último, cerrando el trío, un anciano al que le costaba caminar.
Cuando llegaron a una de las puertas de la ciudad, el primer hombre entregó una bolsa con dinero, al guardia, que estaba medio borracho, y salieron al exterior de las murallas.
Entonces montaron sus cabalgaduras y, primero al paso, luego al trote y, finalmente, al galope, abandonaron Valencia, en dirección noroeste.
Juan Luis había estudiado, todo lo que pudo, los pergaminos que Miguel había puesto a su disposición, para no olvidar su contenido iba murmurando:
«El liber secretus de Artephius.
Este tratado describe todo el proceso de elaboración del elixir vital.
Hay tres operaciones separadas que aquí se describen: la preparación del “fuego secreto” la preparación de ‘mercurio’ y la preparación de la propia piedra.
Puedes convertir o cambiar el cuerpo en una de oro blanco medicinal, puede fácilmente por el mismo oro blanco cambiar todos los metales imperfectos en el mejor o el más fino de plata. Y este oro blanco es llamado por los filósofos “Luna alba Philosophorum, argentum vivum álbum sueldo fijo, alchymiae Aurum, y Albus fumus” y por lo tanto sin estas nuestras antimoniales el vinagre, el álbum Aurum de los filósofos no se puede hacer…»
© Josma Taxi. Cuento, publicado el 26 de enero de 2023