MANZANAS
Me encantan las manzanas asadas, a cualquier hora del día, aunque para mis las mejores manzanas se toman como postre.
Hace un par de semanas comimos: Olimpia, Cornelia y yo, en el restaurante del Chef: Marianico Taxi, sí el de la tele. Intenté entrar en la cocina, a ver su estado de limpieza y comprobar si no rompían la cadena de frío. Extrañamente no me dejaron pasar. Intentaron contarme un cuento.
Tomamos unas manzanas asadas de postre, sinceramente las he comido mejores, especialmente las que hace Olimpia, sobre todo cuando les añade canela.
En esta ocasión las ya famosas hermanitas, ni se emborracharon, ni me agredieron. ¿Sería esa su nueva actitud? Sinceramente, lo dudé.
Sin esperarlo, las luces del bareto, comenzaron a apagarse y encenderse. Al principio nos reímos, pero conforme pasaba el tiempo, nos preocupamos e incluso, nos asustamos. Apareció una especie de agujero que nos atraía hacia él. Y…y…y…
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Aparecimos en una nave espacial intergaláctica, que tenía por destino la plataforma orbital Sirio 7. En cuanto llegaron a la estación espacial las hermanas se dirigieron a la bodega y acabaron con las existencias de todo el alcohol que almacenaba. Las trasladaron a la enfermería. Yo tomé otro camino.
La comandante Kira García, nació casualmente en Albacete, su mamá se puso de parto de forma accidentada, mientras se dirigían al espacio.
Al verme me dijo: “¿Has volado alguna vez, has estado en la zona de Trantor?” Le contesté que jamás de los jamases.” Entonces me dijo que no conocía la dimensión y las necesidades de la nave y que yo era la persona ideal para asistirla, mi ignorancia me haría ser imparcial. Esto no pasa ni en los mejores cuentos.
Me aburría, me aburría mucho. Decidí tomar clases de pilotaje, no se me ocurrió otra cosa. Me entrenó Carla Mejías, una rubia despampánate, con la que intenté ligar, Pero la joven estaba prometida, qué fallo, el mío, claro.
Poquito a poquito, Carla desentrañó para mí los misterios de la navegación, al cumplir 200 horas de vuelo, me obligó a marchar yo solo con una nave un tanto anticuada hacia la constelación de Ganímedes. Fue un viaje entretenido, turbulento, pero muy instructivo, a mi vuelta me otorgaron el titulín de piloto de 5ª.
Me sobraba el tiempo. Conocí, casualmente, al Ingeniero: John Armadillo. Me enseño los misterios del motor de curvatura, y el plegamiento del espacio, tanto cuántico como temporal. Pasamos muy buenos ratos juntos.
Un viernes tarde a esos de la ocho, Kira me hizo llamar a su despacho, me fastidió mi plan de ir a jugar al bingo, al que me había enganchado recientemente. Cuando llegué vi a un desconocido que se presentó como: Sr. Spock.
La comandante, con voz grave y una expresión de ojos que no llegué a comprender, me indico que el sábado se celebraría, una convención galáctica, para evaluar la situación de los diferentes planetas de la zona. Quería que Spock la acompañara por ser el más prestigioso de los oficiales científicos y yo por mi maldita ignorancia.
Me contó resumidamente, el Sr. Spock ya lo sabía, la situación por la que atravesábamos. En nuestro sector la situación era desesperada, en la tierra quedaban unas cuantas colonias, en la zona de la antigua Groenlandia, dedicadas a la permacultura, cuya producción era muy limitada. Marte estaba iniciando el proceso de terra-transformación, nuestra supervivencia dependía de las 100 plataformas, iguales a la que no albergaba, con capacidad, cada una para 2.000.000 de personas y cuya producción agrícola se basaba en los cultivos hidropónicos.
Llego el sábado y se celebró la Convención. Al finalizar Kira me pregunto por mis conclusiones. Le contesté: crear una comisión para que estudié las posibilidades de llevar a cabo alguna clase de intervención son más de lo mismo, es decir, ¡Una puta mierdaaaaaa! Kira frunció el entrecejo, el Sr. Spock, hizo un movimiento labial que semejó una sonrisa.
En la estación yo seguía aburriéndome y por extraño que pueda parecer echaba de menos a las chicas. Así que una noche me deslicé hasta la enfermería, a través de los conductos de ventilación. Las encontré roncando cual cosacos, luego ellas dirían que lo que sucedía era que resoplaban fuerte, eso sí.
Se quedaron sorprendidas de verme, pensaban que me había suicidado. Las convencí para acompañarme hasta una nave que, tras el obligado soborno, me habían reservado.
Una vez en ella, salimos velozmente de la estación y en cuanto alcanzamos la velocidad apropiada saltamos al hiperespacio. Se extrañaron de mis habilidades, pero se mostraban tranquilas. No les conté que el salto temporal sólo lo había estudiado, ésta sería la primera vez que lo calculaba y ejecutaba.
Cuando el ordenador de la nave me avisó, hicimos el plegamiento espacial oportuno y plegamos, a la vez, el espació y el tiempo.
Aparecimos en casa de mi amado chef Marianico, que acababa de servirnos sus manzanas asadas.
Y no, en esta ocasión las luces no hicieron cosas extrañas, esta vez fue el aire acondicionado…
Y colorín colorado este cuentecico—manzanil—ha terminado.
Josma & Jose Taxi.