Mi abuelo
Recuerdo que de niño pasaba todas las vacaciones en el pueblo, en casa de mis abuelos. Ella era un ser adorable, bajita, redondita, olía a miel y me regalaba con sus guisos y sus dulces. Él era un hombre alto, de anchas espaldas y una fortaleza espectacular. Tenía una cabellera blanca, cuyos rizos le corrían por el cuello y una barba del mismo color, olía a romero, hierbabuena y salvia.
Mi abuelo había sido maestro y se pasaba todo el día pendiente de mí, me ponía ejercicios de lengua y de matemáticas, también me enseñaba a descubrir la naturaleza, conocía los nombres de cientos de plantas y de animales. En los paseos que dábamos por el campo aprovechaba para hablarme, explicándome el funcionamiento de la sociedad, las principales corrientes de pensamiento y las obras de arte más importantes.
No se cansaba de repetirme todo hombre es igual a otro, mujeres y hombres tenemos la misma dignidad, huye de quien intente embelesarte con ideas contrarias a estos pensamientos.
Con el tiempo me di cuenta de que cada vez que me contaba algo importante, se cogía la alianza que llevaba en el dedo anular y la frotaba, para él mi abuela suponía su plenitud vital.
El mejor momento del día, era una media hora antes de cenar, salíamos los dos al patio de la casa, que estaba orientado al oeste y asistíamos a la puesta del sol y a la aparición de las estrellas. “Esta noche hay luna llena, Paquito, mira esa estrella es en realidad un planeta, se llama Venus y también el lucero del alba.”
Yo admiraba a mi abuelo, éramos carne y uña, yo lo quería y lo respetaba, se lo había ganado a pulso.
Cuando cumplí trece años entró en funcionamiento un instituto en el pueblo, la familia, no recuerdo quién, planteó la posibilidad de que yo me quedara en el pueblo a vivir con los abuelos, la idea fue aprobada por unanimidad, mi abuelo y yo aplaudimos al unísono. De manera que acabé el bachiller conviviendo con aquel hombre por el que yo bebía los vientos.
Años más tarde marché a Zaragoza para estudiar ciencias veterinarias, en la despedida me dijo: “Paco ya eres todo un hombre, aprovecha el tiempo, estudia mucho y no dejes de ayudar a quienes puedas, ocasiones no te faltarán. Ya sabes donde me tienes. Y ya sabes: nos volveremos a ver acá o en el más allá”.
Tres meses más tarde mi abuelo falleció de un infarto, yo lo sigo llevando en mi corazón y, espero, que en mi conducta también.
© Josma Taxi Publicado el 26/02/2023 en cuentecicos.es