¡No te vayas Juan Luis!

¡No te vayas Juan Luis!

La despedida.

Mucho antes del amanecer, un portalón de una casa situada, en el casco más antiguo de toda la ciudad se abrió, era el de la casa de los Vives.

Por ella fueron apareciendo tres hombres: todos embozados y conduciendo a pie tres caballos de pura raza árabe. Los caballos iban con los cascos envueltos en trapos, pues, aunque el suelo era de piedras y arenilla, no querían hacer ningún ruido.

El primero en abrir la fila era un hombre de mediana edad, el segundo un jovenzuelo, todavía imberbe y, por último, cerrando el trío, un anciano al que le costaba caminar.

Cuando llegaron a una de las puertas de la ciudad, el primer hombre entregó una bolsa con dinero, al guardan, que iba medio borracho y salieron al exterior.

Entonces montaron sus cabalgaduras y, primero al paso, luego al trote y, finalmente al galope, abandonaron Valencia, en dirección noroeste.

La noche anterior, en la despedida su madre, llorando y de rodillas, le suplicó que no se fuera. Pero su padre, alto y fuerte, mandó: ¡Calla ya mujer, no lo hagas más largo!

Todos sabemos que se juega la vida en ello, no puede quedarse, así que ahoga esas lágrimas y no nos atormentes más.

Por fin la mujer cedió. Pero esa noche no durmió ninguno en aquella casa.

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