Nuestro barrio

Nuestro barrio

Mi amigo Javi, lleva tiempo diciéndome que tengo que ir a pasear por Manhattan, la primera vez no lo entendí: «¡Chaval, que vivimos en Valencia!» le contesté, sonrió y me contó que así llamaban a los jardines del nuevo proyecto de urbanización, el que cuando entierren las vías del tren, nos unirá con una de las zonas de expansión más interesantes y modernas de la ciudad. Podría ser un proyecto seductor, aunque a nosotros, los jubilados y pensionistas que habitamos este rinconcito no creo que nos afecte demasiado.

El barrio tiene sabor a pueblo, es pequeño, confortable, acogedor. Somos pocos habitantes, así que nos conocemos casi todos, resulta imposible salir de casa y no toparse con algún amiguete. Es curioso nos hemos agrupado entre nosotros, de forma espontánea, por aficiones. Hay fumadores, alcohólicos, cotillas, buenas personas, egoístas, antisociales, pesados… Casualmente en el centro de operaciones de inteligencia de nuestra parroquia, el afamado Bar Prieto, coincidimos y nos sentamos juntos, en atención a nuestros intereses. Casi todo el año ocupamos una terraza de cuatro mesas y dieciséis sillas, de mediados de enero hasta finales de febrero nos colocamos dentro, en la calle hace mucho frío. Todos los abuelitos vivimos ilusionados con que llegue marzo, las fallas y el buen tiempo.

Aunque la media de edad se sitúa en torno a los sesenta años, somos gentes modernas, con unos índices de divorcio del veintiocho por ciento, y unas proporciones de concubinatos por encima de otros distrititos de nuestra ciudad.

Tenemos a nuestro servicio una farmacia, siete bares y un bazar chino: “Híper bazar Chen”, en el que todo está al fondo a la derecha, como tiene establecido la madre naturaleza, que cuenta con una extraordinaria variedad de productos baratos, la mayoría de los cuales son inservibles, el año pasado me compré seis pares de auriculares que no funcionaron más allá de dos días.

Pero no todo es perfecto: no hay un parque en el que sentarse un ratito a tomar el sol, tuvimos dos bancos en uno de los puntos más céntricos de nuestro pueblito, que un camión se comió una tarde aciaga y nos quedamos sin su servicio, las autoridades competentes no los han repuesto. Tampoco hay una entidad bancaria, muchos de nosotros sabemos utilizar un cajero automático, pero no manejamos internet para contar nuestra escasa paga y además nos gusta tener una libretita en las que nos anoten todos los movimientos de nuestra cuenta, seguimos pensando que disponer de una libreta es signo de distinción.

Existe en nuestro poblado una buena dotación docente: colegio público, instituto y la afamada “Ciudad del aprendiz” en la que la chavalería se forma, para ser hombres y mujeres de bien, supongo. No hay cursos ni talleres para personas mayores.

Esta mañana sobre las diez, cuando el termómetro ya marcaba seis grados, he salido de casa y me he prometido que me iba a disfrutar de Manhattan, así lo he hecho. La ilusión del descubrimiento mitigaba los dolores de mi artritis, provisto de dos camisetas interiores, una camisa y una sudadera térmica, más un cortavientos, uniforme oficial de las personas de mi edad, he seguido las instrucciones que me dio Javi: Salir de casa, coger la primera calle a la derecha, tomar el túnel que pasa por debajo de las vías del tren y al salir…

¡Que putada! No me lo podía creer, allí en medio, rodeadas de maquinaria pesada de construcción, había una docena de chabolas, de favelas, de yo qué sé.

A tres minutos de casa, ocultas tras las vías del ferrocarril, hay personas malviviendo o mal muriendo, con unas casitas de chapa metálica, unos techos de plástico, sin agua, sin luz, sin saneamiento, ya no me importaba el puñetero Manhattan.

Así que me he vuelto por donde fui, he acabado en el bar de Prieto, hoy me he sentado con los fumadores, que suelen ser los más progresistas, hemos puesto a caldo al gobierno, a la comunidad autónoma y al ayuntamiento, lo cual no ha resuelto nada, pero nos ha reconfortado, somos gentes de buen conformar.

Al final, dado que no se nos ha ocurrido nada más brillante, hemos decido formar una comisión, a la que sólo me he apuntado yo, para pedir cita con el Sr. alcalde y contarle el problemón. Cuando me iba he oído que Loles, la de extrema derecha, que nos ha debido oír, pues suele aposentarse estratégicamente en el zaguán del barecito, les comentaba a sus seguidores: “¡Dejadlo estar, siempre ha cojeado del pie izquierdo, que vaya él a sacar la cara por los migrantes del barrio, y si pasa algo que se joda, a nosotros que no nos quiten la paguita”

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