
Papá se marchó
No fue un hombre especial, apenas tenía estudios, pero trabajó por dos y supo aprovechar su vida para hacer felices a los que estuvimos a su alrededor.
Era un ser elegante, de una elegancia congénita, que medía sus palabras para no herir a nadie, cuando de forma involuntaria lo hacía, pedía perdón, lo formulaba con tal sinceridad que nadie se lo negó nunca.
Hijo de perdedores de una guerra fratricida, con su esfuerzo contribuyó a conseguir la normalización de nuestro país. Sin un reproche, sin una indecisión, tendió su mano a todos cuanto se le acercaron.
Salir de paseo con él resultaba complicado, para cruzar tres manzanas teníamos que pararnos muchas veces, a saludar a sus amigos o a dejarse cumplir por ellos. Nunca distinguió entre conocidos y amigos, para el todos eran sus hermanos.
Le encantaba leer, vicio que alentó en sus cinco hijos. Siendo un hombre chiquito poseía una voz grave, sugestiva y embelesadora, muy a menudo recitaba poemas y lo hacía con sentimiento, despertaba la admiración de todos sus auditorios.
A sus hijos nos educó de una manera firme pero motivadora. Antes de que uno fuera a hacerle alguna confidencia, a preguntarle por algún tema complicado, él se encargaba de venir a ofrecerse, le bastaba con un simple: “¿Quieres que hablemos?”
Pero la debilidad de papá no éramos nosotros, era mamá. Nacieron ya casados, aunque tardaron años en conocerse, pero formaron una pareja incombustible. La solidaridad de mi padre, el desprenderse de lo que tenía o hasta de lo que le hacía falta, para ejercer el principio de solidaridad, sólo se topaba con la pregunta previa dirigida a mi madre: “¿Podríamos hacer algo para ayudar?” Ella le miraba le sonreía y en su papel de guardiana del escaso patrimonio familiar, le contestaba siempre lo mismo: “Hagamos números, veremos lo que sale”
Una procelosa tarde de octubre, salieron los dos a pasear, ya eran mayores… Al cruzar por un semáforo un deportivo, conducido por un descerebrado, los alcanzó. Mamá murió en el acto, papá sufrió cuatro operaciones, le amputaron las dos piernas y quedó con el hígado destrozado. Primero se desplazaba en una sillita de ruedas, más tarde con unas prótesis que le llagaban los muñones.
Lo peor fue que aquel ser tan sentimental cayó en una depresión, de la que no saldría jamás. Él, que fue la alegría de los que lo rodeaban, se convirtió en un ser apático, llorón, lastimero, cuya única finalidad vital era reunirse con su esposa.
Pese a los cuidados que tuvimos con él, pese a las advertencias que nos hicieron los psiquiatras que lo atendieron, no pudimos evitarlo. Una mañana amaneció colgado del techo de su cuarto, con uno de sus cinturones. Las viejas prótesis aparecieron en la banqueta que había en su cuarto.
Nuestra vida cambió, antes lo teníamos a él, ahora a su recuerdo.
© Josma Taxi
Este cuento se publicó el 4 de enero de 2023 en cuentecicos.es