Querida Gertrudis.
Sabes que no me gusta molestar, pero mi situación ha llegado a un punto en el que es preciso que te ponga al día.
Te supongo con la buena salud de costumbre, ¿para qué te voy a preguntar? Sin embargo, no es ese mi caso. Hace tres meses me diagnosticaron una terrible enfermedad, que me carcome por dentro, los dolores que padezco son mayúsculos, pero los soporto estoicamente, ya me conoces.
Sé que esta carta no va a remediar el distanciamiento que se produjo entre nosotras, tampoco lo pretendo, sólo quiero informarte de mi estado y comunicarte las decisiones que he tomado, las cuales te afectan directamente.
Pero antes déjame que te aclare algunas cuestiones. No soy culpable de que Jorge me prefiriese a mí, la suya fue una elección libre. Es cierto que sin ser guapa has sido siempre mona, aunque seguramente mi belleza serena y clásica, atrajo más al que ha sido mi marido hasta hace dos años.
Yo le podía ofrecer más que tú. Mis estudios, mis viajes bien aprovechados, me dieron una cultura y un saber estar… He sido siempre la esposa ideal para un diplomático, que se retiro siendo embajador en Francia. La de bailes, cenas de gala, recepciones a las que le acompañé, estando siempre a la altura de lo que se esperaba de mí.
Sin embargo, tú, apreciada Gertrudis, siempre fuiste una cabeza local y un trasero de mal asiento. Nuestros padres confiaban en mí, estaban muy orgullosos de que fuera su hija mayor, siempre me delegaron la representación familiar.
Yo intentaba ayudarte, cubrir tus fallos, pero no te dejabas. Rompiste nuestra relación, aunque mi infinita capacidad de amar, ha hecho que no te tomara en cuenta tus reproches hacia mi persona.
Todo esto intenté explicártelo días antes de mi boda, pero reventaste el intento de conversación, mi acercamiento hacia ti. La forma en que te comportaste, la manera en que gritaste, tu ordinariez, consiguieron que yo callara; en definitiva, perdiste tu oportunidad, pero no te guardo ningún rencor.
Hecha esta breve introducción, motivada por el cariño que aún te tengo, y cuya finalidad es que rectifiques tu conducta y atiendas con buena disposición, lo que voy a referirte.
Cuando falleció Jorge, te mandé aviso por carta, una muestra más de mi buena disposición hacia tu persona, pero no recibí ninguna respuesta tuya.
Sabes que no hemos tenido hijos, en cambio tú has dado a luz cinco veces, no sé si por tu fertilidad innata, o por un exceso de relaciones maritales. En cualquier caso, por pura prudencia, dejo esa cuestión, sé que no me incumbe.
Al fallecimiento de mi esposo heredé el piso de Madrid y una suma de dinero nada despreciable, que– por supuesto–, he ido utilizando inteligentemente. Ha llegado un punto en el que tal vez no soy rica, pero tengo una vida desahogada.
Cuando yo muera, ¿dónde irán a parar todos mis activos? Haré una donación generosa a alguna institución benéfica, pero seguirá existiendo un caudal considerable.
He pensado que lo hereden por partes iguales tus hijos. Si bien hasta que cumplan veinticinco años, tú serás la administradora.
Aunque yo no necesite halagos, agradecimientos o recompensas públicos, es cierto que se me ha ocurrido una idea brillante.
He dispuesto que una vez fallecida, embalsamen mi cuerpo y me trasladen a nuestra ciudad, allí quiero descansar junto a nuestros padres. Pero no quiero hacerlo en cualquier clase de tumba. Quiero que ordenes la construcción en el cementerio de un panteón familiar, hazlo del tamaño y con la capacidad que desees, eso lo dejo a tu elección. Espero que traslades a él los restos de nuestros padres y el tuyo, si así lo consideras adecuado.
Esta carta te la ha dado en mano el Sr. García, el que fuera mayordomo de nuestra casa. Tiene en su poder unos elegantes bocetos que he dibujado yo misma, creo que con gran atino. Utilízalos bien. Asimismo, te entregará, siempre que aceptes mi encargo, un dinero para comenzar las obras y para que puedas reflotar la economía de tu familia. No dudes en solicitarle más capital si te hiciera falta.
Lo último que te pido es que en el monumento figure en letras vistosas a quién pertenece el panteón y que ha sido una donación mía.
Ya sin más se despide de ti y los tuyos, tu cariñosa hermana Amalia.
2 comentarios en «Querida Gertrudis.»
La lectura de este cuento resulta maravillosa. El amor y la comprensión que desprenden las palabras utilizadas en este cuento activan la actitud y motivación fundamental para abordar las dificultades relacionales.
Lo puedes utilizar con tu grupo de mujeres libremente, pero las has de decir que io sono un grande escritore,