Reinventarse

Reinventarse

Hace apenas dos años llegué al mundo de la escritura. Me habían jubilado por enfermedad y habían oficializado mi discapacidad total para el trabajo, así que iba a tener mucho tiempo libre. Al principio estaba contento, yo que había perdido hasta días de vacaciones por atender el servicio público, me encontraba ahora con una pensión, que cobraba puntualmente, sin pegar palo al agua. ¿Se podía aspirar a algo mejor?

Sin embargo, pronto empezaron los problemas, me sobraba tiempo, tenía mucho tiempo libre y me aburría, me aburría mucho.

Desorientado, decidí hablar con mis amiguetes del barrio, quería saber cómo pasaban su tiempo libre. Las respuestas fueron desalentadoras: unos se dedicaban a pasear y anotar los desperfectos del mobiliario urbano, con esa información llamaban a la radio y daban el coñazo; otros se iban al hogar del jubilado y jugaban partidas eternas de dominó o de parchís; la inmensa mayoría se sentaban en la terraza del bar y malgastaban allí su tiempo, haciendo nada. El panorama era desolador.

Una tarde, en torno a las seis y media, mientras releía El túnel, de Ernesto Sabato, la solución llegó a mi mente, si de joven mi pasión fue la lectura, ahora de mayor, ¿no podría intentar la escritura?

Y ahí me reinventé, pero lo hice poniéndole condiciones a mi obra, me apunté a dos talleres de escritura, para aprender y compartir mis relatos, me prometí que no iría tras el éxito fácil, que sería muy exigente conmigo mismo, lo más importante era la calidad de mis textos.

El resultado fue previsible, no me leía nadie, quedé apartado de los círculos literarios en los que me movía, me tacharon de obscuro, de complicado, de incomprensible, incluso de cultureta.

Desolado por esos resultados, aproveché la primera clase virtual que tuve con mi profesora del taller literario, le conté mi problema, ella me miró, sonrió y me dijo:

-Te voy a dar una opinión, tómala solamente como tal, yo no estoy en posesión de la verdad. Dices que no quieres escribir relatos simples y utilizas la técnica del caracol, te enrollas sobre ti mismo, te encierras en tu caparazón, y así no te entiende nadie, de manera que abandonan tu lectura. Los grandes textos literarios de la humanidad no son simples, son sencillos, lo son porque sus autores querían llegar a los lectores, pero su sencillez no les resta calidad, bien al contrario, si tienes un mensaje que publicar necesitas cultivar la humildad.

— Puede que tengas razón, profesora, pero me da miedo convertir mis textos en ramplones, en populacheros, yo quiero crear arte.

— Nosotros los escritores no creamos arte, hacemos propuestas, son los lectores los que las convierten en arte, si las leen, si nos siguen, si les gustan. ¿Para qué sirve un texto farragoso, cultista, apto solamente para cuatro, que no lea casi nadie y acabe amontonando polvo en el rincón de una librería?

Y en eso estoy pensando, qué camino seguir y temiéndome que voy a tener que reinventarme una vez más…

© Josma Taxi febrero de 2023

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