¡Sereno!… ¡Voy!

¡Sereno!… ¡Voy!

— ¿Se puede?

— Adelante.

— ¡Sra. alcaldesa, qué guapísima está usted hoy!

— ¿Otra vez, Agustín, con tus falsos halagos?

— Lo que usted diga, Excelentísima Sra.

— ¿Vas a seguir vez hablándome de usted? Sabes perfectamente que fuimos compañeros de colegio y de instituto, pero tú sigue, veremos donde acabamos.

— ¿Te parece apropiado que te invite a comer? Tendrá que ser una hamburguesa, mientras no me subas el sueldo no puedo hacer grandes dispendios.

— Agustín, déjate de chorradas y dime ¿has leído la prensa?

— En eso estaba.

— ¿Has visto lo de Sevilla?

— No creo.

— Agustín, van a reactivar a los serenos. Han puesto en marcha un plan para sacarlos a la calle.

— Pero ¿no estarás pensando en imitarlos? Eso es retrógrado. Los recuerdo caminando las calles por la noche, abriendo el portal a los que habían olvidado sus llaves.

— Es cierto, pero nos podrían ayudar a frenar las continuas reivindicaciones de loa policía local. Eso es lo que tienes que averiguar, elaboras un informe, uno de esos que haces tú tan bonitos, por triplicado ejemplar. Por si acaso tomas muchos rebujitos, que te acompañe Paco.

— ¿Paco Sancho, alcaldesa?

— No, Paco Gálvez, nuestro concejal de seguridad ciudadana.

— Ese hombre es un plasta, no lo soporto, no me hagas esta atrocidad, Purín.

— Será lo que quieras, pero es concejal del área…

Dos días más tarde me encontraba en el aeropuerto, esperando reverentemente al ínclito Gálvez, se estaba demorando, así que pensé en volar yo solo a Sevilla, pero nada, el nene, se presentó diez minutos más tarde, excusándose por no sé qué rollo de que no encontraba taxi, total que había dejado su coche en el aparcamiento.

Ya en el avión he de reconocer que mi compañero tuvo un gesto hospitalario basándose en una cita, que atribuyó a Hermógenes, y que tradujo arbitrariamente como “el único viaje bueno es el que nos da el descansa eterno”. Frase inteligente y que, intuyo, pretendía llenarme de optimismo.

Gálvez comenzó su cháchara, en la que llegó a contarme que una prima segunda de su padre era la portera de la finca en que vivía Marisol Peñazo, famosa cantante de saetas, efectivamente esta señora debía ser muy conocida en su casa a las horas de comer. Mi acompañante hablaba por los codos, mi interés por seguir sus cuentos no iba, precisamente, en aumento.

Tras aterrizar y dejar las maletas en el hotel nos dirigimos al Ayuntamiento, en el que el concejal de seguridad y estrategias propagandísticas nos recibió con un retraso de dos horas sobre la cita que yo personalmente había concertado.

Se excusó diciéndonos que venía de una interesantísima reunión con los sindicatos policiales cuya buena disposición a prestar servicios nocturnos había encontrado remedio con el servicio de serenos. Estos no ejercían labores policiales, se trasladaban en bicicletas eléctricas, iban equipados con un botiquín de emergencias y una emisora de radio, su función consistía en avisar ambulancias y reportar a la policía actividades sospechosas. En todo caso, añadió, sería conveniente que uno de ustedes se quedara aquí unos días para hacerse una opinión más profunda sobre el interés de trasladar nuestro innovador modelo a su ciudad.

Rápidamente, miré a Gálvez de forma penetrante y le dije: ¡Esta es tu oportunidad, Paco!

Tres meses llevo en Sevilla, grandiosa ciudad, pero noto a faltar las cañas de media mañana, las partidas de dominó, las cenas en la falla y también a la familia. Agustín volvió a Valencia, es un gran tipo que me admira, motivos no le faltan. El asunto de los serenos parece maldito, le envío mis informes a Agustín quien previa corrección de mis faltas, lo somete a consideración de la alcaldesa.

Todo son peticiones de ampliación: que si debo entrevistar a treinta serenos, que si sería adecuado averiguar la postura de los policías, que si… yo qué sé. De seguir inmerso en esta dinámica me veo siendo declarado hijo predilecto de Sevilla, la verdad es que lo merezco.

Josma Taxi.

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