Soñador
Salvador soñaba de noche y ensoñaba de día. Su vida era siempre un sueño. Además, recordaba perfectamente el contenido de sus ensueños. Lo onírico y lo real se acompasaban en su vida. Algún misterioso desconocido abrió la caja de Pandora, de sus cuentos personales y entonces, comenzó su auténtica existencia.
Desde muy pequeño dibujo, al principio todo lo que veía, era el motivo de sus retratos, luego lo fueron sus fantasías. Con un aprovechamiento mediocre en la escuela fue pasando de curso en curso.
Su padre, de profesión y vocación notario, estaba muy preocupado por él. Desconocía como su hijo se ganaría la vida. Siendo buen estudiante ya era complicado, así que en el caso de Salvador se le antojaba imposible.
En casa las discusiones por sus notas iban en aumento. Salvador cabezota, como buen tauro, defendía sus posiciones. Al final el Sr. Notario claudicó y lo abandonó a su suerte.
Con más pena que gloria, el joven terminó el bachillerato, dijo a sus padres que quería marchar a Madrid para estudiar Bellas Artes. Ante su sorpresa sus padres le facilitaron los trámites.
En la capital Salvador se alojó en la Residencia de Estudiantes, allí quedó maravillado por la originalidad de sus compañeros, mentes brillantes. Allí conoció el dadaísmo, pasando a militar en sus filas.
Fue expulsado de la academia de Bellas Artes, por negarse a examinarse, afirmó que no había profesor suficientemente preparado para juzgarlo. Tras ello se fue a París, allí se dejó influir por las vanguardias culturales. Conoció a Pablo Picaso…
Era un ser polifacético que pintó, esculpió, diseño joyas, escribió y participó en películas de cine.
De repente un día se enamoró de una mujer once años mayor que él. Sería, para el resto de su vida, su musa, su inspiración, su cómplice, su compinche.
Aburrido de la vida que llevaba, ganando buen dinero, dio un paso más y construyó un personaje, con el que conviviría el resto de su vida. Excéntrico, extravagante, provocador. Se dejó unos bigotes, largos, muy largos, que engominaba escrupulosamente, Recibía a la prensa en una cama de dimensiones kilométricas y hablaba de una forma peculiar: lentamente, arrastrando las palabras y con un forzado acento catalán.
De toda su obra, sus pinturas marcaron un antes y un después.
Y colorín colorado este cuentecico, –Daliniano–, ha terminado.
Jose Taxi & Josma