TERRANOVA

TERRANOVA

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Mi familia vivía en el Grao de Gandía. Mi abuelo, mi padre y mis cinco tíos habían sido pescadores, excepto el más pequeño de los hermanos que entró en el seminario diocesano de Moncada, para poder estudiar y se ordenó sacerdote. Guardo muy buen recuerdo de él, los partidos de fútbol determinaba siempre, que el ganador fuese siempre el equipo en el jugaba Toni, así se llamaba él. Luego se hizo misionero y murió a manos de una tribu caníbal.
Yo pesqué con ellos bombas durante cinco años, tenían dos barquitos viejos y con vías de agua, sin bombas de achicado no hubo manera de conservarlos. Además, la pesca escaseaba y, por increíble que pueda parecer los delfines rompían las redes.
Ante tal situación, teniendo tres bocas que alimentar tuve que emigrar, decidí ir a Terranova a pescar bacalao, me contaban los viejos marinos que allí se ganaba mucho dinero. Embarqué en Plymouth, para poder pagar el pasaje y dejar algo de dinero en casa, tuve que pedir un crédito a una financiera, me aplicaron unos intereses, pero los pobres siempre tenemos que pagar pagando lo que haga falta.
Cuando embarqué en el Royal Sea, en el que conseguí un puesto de ayudante de cocina, me sentí decepcionado, yo lleva la pesca en la sangre, me consolé pensando que mi familia podría comer algún tiempo.
Algunas tardes, cuando acababa el primero de mis turnos de cocina, salía a proa y ayudaba a los marinos que pescaban. Hacía faenas sin importancia: desenganchar las redes, ayudar a los que habían anclado algún anzuelo, en el barco a ambos lados de las redes se colocaban unas cañas, para ahuyentar a los depredadores del bacalo.
La pesca había durado seis meses, las ganancias fueron cuantiosas, volvía hasta Madrid en un vuelo, luego hasta Valencia en el Ave y para llegar al Grao alquilé un coche. El tiempo pasaba muy despacio sintiéndome cerca de casa.
Al llegar a casa encontré en la puerta a toda mi familia, nos abrazamos todos a la vez, formando un círculo y luego nos besamos largo rato. El que nos dimos Amparo, mi mujer, y yo fue el que no olvidaré nunca.
Cuando llevaba un mes en casa, me acerqué a la financiera con la intención de cancelar el préstamo, se negaron si no pagaba intereses por cancelación anticipada, en el fondo eran buena gente, siempre prestas a resolver las necesidades del prójimo.
Pasamos las vacaciones de celebración en celebración en semana santa acudimos a las procesiones, en verano nos bañamos todos los días, algunos dos veces, fueron también las fiestas del pueblo, y vimos a aquel hombre que salía en canal nou, Joan Monleón, hizo, lo que él llamaba el primer vestido integral. Salía con un albornoz de rizo azul, se colocaba de espaldas al público y se lo quitaba, le veíamos las nalgas viejas, colgantes y velludas. Iniciaba su vestido poco a poco, mientras sonaba una música de striptease.
A mediados de octubre tuve que marcharme, Amparo quedaba recién preñada, los niños ya habían vuelto a la escuela y esta vez lloramos todos juntos.
Volví a Valencia en el tren de cercanía, el resto del viaje fue, esta vez, siempre en avión.
El patrón de este año fue finlandés, el armador era armenio y navegábamos bajo pabellón abisinio. Tuve la sorpresa de ascender a marino de cuarta, varios pescadores no se habían presentado en el muelle. En ese puesto comencé a disfrutar como un cosaco. Tal era mi fervor que en cuanto tenía la posibilidad doblaba las guardias. El oleaje y el olor de la mar me embriagaban.
Era cierto que hacía mucho frío, con temperaturas que nunca subieron de cuatro grados. Pero la comida era buena y hacía mucho calor en la sentina donde pasábamos el tiempo libre.
Este año no había tripulación que hablara castellano, los pocos que hablaban inglés no me entendían, yo tampoco lo conseguía así que primero por señas, y luego con unas cuantas palabras de inglés que aprendí nos íbamos apañando.
En marzo me enteré del nacimiento de mi hijo, mediante la emisora onda pesquera internacional, la madre y la niña estaban bien, lloré de pura emoción y agradecí a Bilgia una de las diosas del mar el nacimiento.
Una noche, con un solo tripulante al timón los dioses se enfadaron y montaron una tormenta enorme, con olas de veinte metros.
¿Conseguiríamos salvarnos?
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