
Una vez fui un niño amado.
Nací a en 1927, en pleno mes de agosto, aunque en La Coruña, residencia estival de la familia, los mayores podían refrescarse tomando baños de mar.
Mi madre procedía de Tuy, a cuya catedral asistía con frecuencia en busca de un novio rico y una descendencia generosa.
Lo primero no lo consiguió, pues papá nunca logro contar con suficientes dineros, la petición de hijos tuvo éxito, bueno cuenta de ello dan los 11 que nacieron, aunque 7 de ellos murieron antes de cumplir los veinticuatro meses, la falta de higiene hacía estragos, en aquella época, entre los bebés.
Papá había nacido en Córdoba. Como mi abuelo, tuvo desde pequeño una afición grandísima por el teatro, así que mi Padre, se puso el mundo por montera y se recorrió media España haciendo bolos, a esos grupillos teatrales los llamaban, por aquel entonces, “Cómicos”.
Joaquín Beltrán Heredia, se llamaba mi progenitor, consiguió ser primer galán de su propia compañía durante tres temporadas, pero perdió todo lo que tenía tras tres años malos, se avecinaban malos tiempos y nadie gastaba sus dineros en cultura.
Mis padres se conocieron en Madrid, donde mi padre representaba, como primer galán un melodrama titulado: “¡No pasarán!” Pero sí que pasaron y tanto que sí.
Aquella misma noche, tras una cenilla baratita en un mesón del centro y unas cuatro frascas de un vino pelón malísimo, se produjo el primer encuentro carnal, y justo nueve meses después nació mi hermano mayor.
Mi padre, todo un caballero, tanto en el teatro como en el mundo real, contrajo nupcias con mi Señora Madre. Tras eso sí, aguantar las amenazas de muerte de mi abuelo, que al final se ablandó un poco.
La boda se celebró en la Catedral de Tuy, más por guardar las apariencias que por fe. Para devoción bastaba la de mamá. Desde luego por expresa decisión de mi abuelo no fueron convidados mis abuelos paternos, ni siquiera se les dio noticia del enlace. Tras la ceremonia se celebró un vino de honor para los asistentes, en el que participó la flor y nata de la sociedad local. Posteriormente, sólo los más íntimos acudieron a una comida en los jardines de Tuy.
No hubo viaje de novios, y, según las costumbres de ese momento, cada pareja de invitados regaló algún objeto para su nuevo hogar. La falta de inventiva logró que los novios se encontraran con objetos absurdos: un calzador de mango extralargo, la típica cuna de caoba maciza, sin duda el obsequio más valioso. Al mismo tiempo, como pasaba y sigue pasando ahora, los contrayentes se encontraron con: dos juegos de café, varias lamparitas para mesitas de noche y unas botellas para licores sopladas en cristal de Murano.
Inicialmente mis dos padres fijaron su domicilio en casa de mis abuelos maternos, tras el nacimiento del segundo de sus hijos, marcharon a Madrid, en contra de todas las regañinas y algún que otro alarido histriónico de mi abuela, que era muy teatrera.
Llegados a la capital las cosas no marcharon bien, ni en el económico ni en lo político.
Así que, mi padre tuvo que ir saltando de trabajo en trabajo ejerció de: zapatero remendón, aprendiz de relojero, picapedrero en la mina y hasta bombero torero, pero en este trabajo tuvo muy mala suerte, una tarde, el toro llamado Cristiano Ronaldo, lo hizo saltar por los aires, y pese a ser intervenido en la propia enfermería de la plaza, la operación salió perfecta, pero se quedó cojo de la pierna izquierda y tuvo que andar con muletas. Seis meses después y de nuevo gracias a la intervención de Santa Marta, de la Catedral de Tuy, consiguió que le quedara una cojera aceptable.
De esta guisa y con una mano detrás de la otra consiguió, con la ayuda de unos amiguetes, el traspaso de una librería, de viejo, llamaba Palo Santo, nombre que a mi madre no le agradó, así que papá la transformó en “Librería Tuy e Hijos.” Inmensos ya en plena guerra civil, se produjo otro fracaso. Esta vez papá tuvo la genial idea de organizar en el propio local donde almacenaba sus libros, presentaciones de autores noveles, y hasta, de vez en cuando alguna conferencia de Dª Cris Moreno, que tuvo mucho éxito, pero que aportaron pocas proteínas a la despensa familiar.
Yo no fui una vez un niño amado, lo he sido siempre. Pese a las dificultades económicas, pese a la falta de estudios, mi padre tuvo que sacarme del colegio para poder aportar un dinerillo a la familia. Mi escasa cultura la he conseguido a base de leer a mis compañeros del Grupo de Escritura Creativa 4 hojas, a quienes dedicó este cuentecico. Les estoy tan agradecido.
Jamás hay que rendirse ante la adversidad y la cultura no es lo mismo que los titulitos. Se es culto por haber leído mucho, por haber vivido mucho o por escuchar los podcasts de La Cultureta, que emiten en Onda Cero.
Y colorín colorado, este cuentecico se ha terminado.
Josma
También llamado Jose Taxi.