Vivir en automático
André se presentó en casa el martes pasado a las dos de la tarde. Venía con el pelo alborotado, la camisa por fuera del pantalón y había debido correr, pues jadeaba intensamente. Sin que yo le dijera nada, se dirigió al comedor, sabe que a esas horas estoy almorzando, se sentó, se sirvió un vaso de agua y se quedó pensativo mirando al techo. Le pregunté si había comido, me dijo que no, pero que no quería tomar nada. Se levantó y se dirigió al mueble bar, cogió una copa de balón y se sirvió una generosa cantidad de coñac. Toda esa conducta no es propia de él, es un ser educadísimo y prudente, tanto que no habla para no ofender.
— ¿Qué te pasa amigo? —le pregunté.
— Vengo de visitar al Dr. Agreda, ya sabes el catedrático de ingeniería robótica de la Universidad Politécnica, me ha mostrado un programa que va a revolucionar el mundo de la narrativa.
— Mira André, espero que no sea algo parecido a la escritura automática. Supongo que recuerdas como acabamos el año pasado. Todo el mes de agosto, encerrados en tu pueblo, en casa de tu tía, con sesiones de diez o doce horas diarias, escribiendo de forma irreflexiva y hasta compulsiva, con la finalidad de plasmar nuestro subconsciente, de recoger en nuestros escritos lo más profundo de nuestros seres, por más absurdo que pudiera ser. ¿Recuerdas que esa experiencia me trastornó, que tuvieron que medicarme? ¡No voy a volver a pasar por ahí!
— No querido amigo, es algo diferente, no tiene nada que ver con la escritura automática.
— ¿Está seguro André?
— Totalmente, te cuento, el profesor Agreda me ha enseñado un programa de inteligencia artificial que es capaz de escribir textos, que pueden ser planos, no diré yo que no, pero cuya utilización puede orientarnos en nuestra escritura. ¿No te parece extraordinario?
— Ay André, André, me parece increíble, no desconfío de ti, pero que exista un software capaz de hacer eso, no sé qué decirte.
— Mira, llevo en el móvil un enlace de descarga para instalar el programa en un ordenador, ¿quieres que lo probemos?
Fue entonces cuando cedí, descargamos el programilla, lo instalamos en mi portátil y comenzamos a jugar con él.
El software funcionaba aceptablemente bien, no era capaz de escribir poesía, pero en prosa daba unos resultados notables.
Cuando tomé conciencia de ello noté un creciente ardor de estómago, un sabor a almendras amargas invadió mi boca y me mareé.
André se dio cuenta de mi estado y me pregunto qué me pasaba. Con cara de pocos amigos le dije: «Hay que destruir ese programa, piensa una forma y lo haremos» Mi amigó se quedó sorprendido y vi que no había entendido mi comentario: «André, ¿no ves que si no destrozamos esa maravilla, tú y yo, como escritores profesionales, ya no tenemos nada que hacer, seremos reemplazados»?
André sonrió, supe que ya estaba planeando la forma de eliminar aquel programa de escritura automática. Teníamos todo el derecho del mundo a defender nuestro medio de vida.
© Josma Taxi, 2023